Aprender a creer. En una carta escrita meses antes su ejecución por los nazis, el teólogo D. Bonhoeffer, comentaba su encuentro con un joven pastor protestante. Ambos se planteaban lo que querían hacer con su vida. El pastor afirmó con convicción: «Yo quisiera ser santo». Bonhoeffer, expresó: «Yo quisiera aprender a creer».
Una buena definición de un cristiano responsable es: una persona que desea aprender a creer, día a día, hasta el final de su vida, ¿Cómo vivir la fe cuando uno se ha iniciado de niño y no ha tenido ocasión de cultivarla o profundizarla?
Tal vez, una de las aportaciones más importantes para el dominicano, sea el esfuerzo actual por precisar y diferenciar mejor el ámbito propio de los diversos conocimientos: el científico, el filosófico, el religioso, el poético o el místico. Viéndolos como modos diferentes de aproximarnos a la realidad, cada uno con su propio contenido, sus métodos y sus límites, que pueden servir para el crecimiento integral del ser humano.
Los cristianos no creemos por razones, pero tenemos razones para creer. No creemos porque hemos logrado comprobar científicamente un dato al que llamamos «Dios», sino porque conocemos la experiencia de sabernos absolutamente amados y perdonados por ese Misterio de amor insondable que no cabe bajo ningún nombre. Según el relato evangélico, Tomás no llega a meter sus dedos ni sus manos en las llagas del Resucitado. Su fe se despierta cuando se siente reclamado por el Misterio del Resucitado.
Cada uno ha de escuchar la invitación que se le hace: «No seas incrédulo, sino creyente», y saber cómo se enfrenta al misterio último de su existencia, sea confesar su fe como Tomás («Señor mío y Dios mío»), o seguir su propio camino, desconfiando de toda salvación.
La Paz. El máximo deseo del resucitado para todos es la paz. Es su constante saludo: «la paz con ustedes». La vida humana está hecha de conflictos. La historia de los pueblos es una historia de enfrentamientos y guerras. La convivencia diaria está salpicada de agresividad. La gran opción para superar los conflictos es la de escoger entre los caminos del diálogo, la razón y el mutuo entendimiento o los caminos de la violencia.
El resucitado nos invita a buscar otros caminos. A creer más en la eficacia del diálogo pacífico, que en la violencia destructora. A confiar más en los procedimientos humanos y racionales, que en las acciones bélicas. A buscar la humanización de los conflictos y no su agudización. Aun los que justifican la violencia, reconocen que la violencia es un mal que daña al que la padece y al que la produce. La violencia mata, golpea, aprisiona, secuestra, manipula las mentes y los sentimientos, deforma los criterios morales, siembra la división y el odio, y nos deshumaniza. Busca imponerse, dominar y vencer, aunque atente contra los derechos de las personas y los pueblos. Mas, nuestra vocación no es la de hacernos daño unos a otros.
Quien vive animado por el resucitado busca la paz, no solamente como un fin a alcanzar, sino ahora mismo, utiliza procedimientos pacíficos, caminos de diálogo y negociación. El seguidor de Jesús busca resolver los conflictos. y también humanizarlos. Lucha por la justicia, sin introducir nuevas injusticias y nuevas violencias.
Que nuestra primera tarea sea «centrar» nuestras comunidades en Jesucristo, y sea conocido, vivido, amado, servido y seguido con pasión. Es lo mejor que tenemos en la parroquia.
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf.
Párroco.