Lucas describe detalladamente lo que Jesús hace en la sinagoga de su pueblo: se pone de pie, recibe el libro sagrado, busca un pasaje de Isaías, lee el texto, cierra el libro, lo devuelve y se sienta. Después de leer el texto, Jesús lo comenta con una sola frase: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Según Lucas, la gente “tenía los ojos clavados en él”. La atención de todos pasa del texto leído a la persona de Jesús. ¿Qué podemos descubrir hoy, si fijamos nuestros ojos en él?
El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido. Jesús se sabe ungido por el Espíritu de Dios, impregnado por su fuerza. Sus seguidores ahora le llaman Cristo, es decir, Ungido, y ellos mismos se llaman cristianos. Para Lucas, es una contradicción llamarse «cristiano» y vivir sin ese Espíritu de Jesús.
Jesús actúa movido por el Espíritu de Dios. La vida entera de Jesús está impulsada, conducida y orientada por el aliento, la fuerza y el amor de Dios. Creer en la divinidad de Jesús no es una confesión teórica ni una fórmula dogmática elaborada por los concilios. Es ir descubriendo de manera concreta, en sus palabras, en sus gestos, en su ternura y en su fuego, el Misterio último de la vida que los creyentes llamamos “Dios”.
Jesús es Profeta de Dios. No fue ungido con aceite de oliva, como a los reyes para transmitirles el poder de gobierno o a los sumos sacerdotes para investirlos de poder sacro. Ha sido “ungido” por el Espíritu de Dios. No viene a gobernar ni a regir. Es profeta de Dios dedicado a liberar la vida. Solo podremos seguirle si aprendemos a vivir con su espíritu profético.
Jesús es Buena Noticia para los pobres. Su actuar es Buena Noticia para la clase social más marginada y desvalida: los más necesitados de oír algo bueno; los humillados y olvidados por todos. Comenzamos a parecernos a Jesús cuando nuestra vida, nuestros actos y amor solidario es captado por los pobres, como algo bueno.
Jesús vive dedicado a liberar. La gente lo siente como liberador de sufrimientos, opresiones, abusos y de toda clase de esclavitudes; los ciegos lo ven como luz que libera del sinsentido y la desesperanza; los pecadores lo reciben como gracia y perdón. Jesús cuando nos libera de todo lo que nos esclaviza, empequeñece o deshumaniza. Entonces creemos en él, y lo seguimos como el Salvador que nos encamina hacia la Vida definitiva.
Jesús tiene claro su programa: sembrar libertad, luz y gracia. Esto es lo que viene a introducir en aquellas aldeas de Galilea y en el mundo entero. Podemos dedicarnos a juzgar y condenar la sociedad actual; podemos discutir de todo; podemos lamentamos de la indiferencia religiosa. Si seguimos el espíritu de Jesús, nos sentiremos llamados a traer al mundo libertad, luz y gracia de Dios.
No es posible vivir y anunciar a Jesucristo si no es desde la defensa de los últimos y la solidaridad con los excluidos. Si lo que hacemos y proclamamos desde la Iglesia de Jesús no es captado como algo bueno y liberador por los que más sufren, ¿qué evangelio estamos predicando? ¿A qué Jesús estamos siguiendo? ¿Qué espiritualidad estamos promoviendo? Dicho de manera clara: ¿qué impresión damos en la iglesia actual? ¿Estamos caminando en la misma dirección que Jesús?
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf, José Antonio Pagola y José María Castillo.