El Evangelio de este domingo también es una parábola, en la que Jesús nos habla del empeño en hacer fructificar los tesoros que tiene cada persona.
En la primera parte vemos al protagonista: un rico señor oriental que partía a un largo viaje y confía sus haberes a sus siervos más fiables. Conoce sus capacidades, actitudes, competencias y, en base a ellas, establece cuanto debe confiarle a cada uno. Representa a Cristo quien, antes de dejar este mundo, ha consignado todos sus bienes a los discípulos y a la iglesia: el evangelio, el mensaje de salvación destinado a transformar el mundo y a crear una humanidad nueva; su Espíritu que “renueva la faz de la tierra” y también a Sí Mismo en los sacramentos; además de su poder de curar, de perdonar, de reconciliar con Dios.
Los tres siervos representan a los miembros de las comunidades cristianas. A cada uno le confía una tarea a desarrollar para que esta riqueza del Señor dé fruto. Conforme al propio carisma, cada uno está llamado a producir amor. Es el amor, la ganancia, el fruto que el Señor pretende.
La segunda parte describe el diverso comportamiento de los siervos: dos son emprendedores, dinámicos, lanzados, mientras que el tercero es timorato e inseguro. Se busca estimular un examen de conciencia de si somos conscientes del tesoro que tenemos entre las manos, y si todos “los talentos” son empleados lo mejor posible.
La tercera parte es la rendición de cuentas. La escena, inicialmente tranquila y serena, se vuelve también sombría y termina como otras de Mateo, de forma dramática.
El mensaje central de la parábola está en la reprensión que el dueño dirige al siervo holgazán; la única actitud inaceptable es la falta de compromiso, el temor al riesgo. Solo se condena el que se ha dejado paralizar por el miedo. Hay cristianos dinámicos y emprendedores empeñados en dar un nuevo rostro a la catequesis, a la liturgia, a la pastoral, dedicados con pasión al estudio de la Palabra de Dios para captar su significado auténtico y profundo. Se nos invita a arriesgarnos, a formarnos, y a no temer. El miedo nos paraliza.
Una espiritualidad del pasado favorece el tercer tipo de siervos: cristianos que, para evitar riesgo, juegan siempre sobre seguro. El castigo para los que hacen improductivos los talentos del Señor es la privación de su alegría. No es la condena al infierno, sino a la triste realidad de no pertenecer hoy al reino de Dios.
La parábola concluye con un proverbio que quiere significar que las comunidades generosas y atentas a los signos de los tiempos, progresan y adquieren siempre más vitalidad, mientras que las que prefieren replegarse sobre sí mismas envejecen, decaen y desaparecen.
Jesús María Amatria, CMF.