¿QUIÉN PERTENECE A CRISTO?
Evangelio: Juan 15,1-8
“Yo soy la vid verdadera”, es la afirmación solemne con la que Jesús comienza el evangelio de hoy. Para comprender el significado y también el componente provocativo de esta frase, es necesario tener presente que la viña del Señor, cantada por los profetas, era Israel, viña que había producido abundantes frutos de lealtad cuando era “como uvas en el desierto” y cuando respondía a los cuidados de Dios.
Jesús es la vid y los discípulos, que forman los sarmientos, son parte de Él y es de ellos que el Señor espera frutos deliciosos: la justicia, la rectitud, el amor. Por eso actúa de jardinero, de viñador: los poda y los corta.
La interpretación más inmediata de estas imágenes puede conducir a la tristeza; parece, de hecho, una grave amenaza para los sarmientos muertos o improductivos, que podrían representar a los cristianos tibios o incoherentes con su propia fe. Su destino sería el fuego: “Si uno no permanece en mí, lo tirarán afuera como el sarmiento y se secará: los toman, los echan al fuego y se queman”. Es una interpretación engañosa y opuesta a la predilección de Dios por los más débiles.
Podar y cortar no son imágenes de represalias sino de la premura de Dios en favor de todo hombre y de todo discípulo. Las ramas secas no representan a individuos que se comportan de manera poco edificante, sino a las miserias, las infidelidades al Evangelio, las debilidades, los pequeños y grandes pecados presentes incluso en el mejor de los discípulos. Nadie es inmune; todo el mundo tiene una necesidad constante de purificación.
La separación maniquea entre buenos y malos, entre los que se sienten bien porque pertenecen a la “institución-Iglesia” y los que están fuera, es una forma de arrogancia espiritual y de hipocresía. Quién ve ramas secas solamente en los otros, quien piensa que sólo los demás tienen urgente necesidad de poda, quien pretende incluso excluirlos de la comunidad o cree que son rechazados por Dios, es un insensato, descubre solamente la pelusa en el ojo de su hermano y no se da cuenta de la viga que está en el suyo.
¿Para quién se producen estos frutos? Para la gloria del Padre, responde el último versículo del pasaje evangélico de hoy. Dios no espera aplausos y elogios. Su gloria consiste en la manifestación y efusión de su Amor a toda la humanidad. Es por esta obra de Amor que los discípulos se asocian con Cristo, en perfecta unidad, porque, juntamente con Él, forman la verdadera vid. La vid no produce uva para sí misma sino para los demás. El sarmiento encuentra su propia realización cuando se siente vivo, cuando ve despuntar los brotes, las flores, las hojas y los dulces racimos.
El cristiano no produce obras de amor para sí mismo, para autocomplacerse en su propia perfección moral; ni siquiera para obtener una recompensa de Dios, Él no espera nada a cambio. Nuestra recompensa es la alegría de ver feliz a un hermano, de constatar que el amor de Dios se manifiesta en nosotros.
El “creyente” no es alguien que se limita a las prácticas religiosas, la misa, los sacramentos, oraciones, devociones…, sino aquel que, a imitación de Cristo, practica la justicia, la fraternidad, la comunión de bienes, la hospitalidad, la lealtad, la sinceridad, el rechazo de la violencia, el perdón de los enemigos, el compromiso con la paz.
- Jesús María Amatria, CMF.