El relato de Juan señala que el primero de los “signos” (semeion), hechos y “gestos simbólicos”, que nos dan a conocer a Dios, presente en Jesús, y su proyecto, es una boda; una fiesta de amor y alegría. El Dios de Jesús se revela, primeramente, en el cariño humano y en la alegría que lo festeja. La religión, la espiritualidad y la ascética nos han desviado la atención de lo primero y lo más importante que nos enseña este evangelio: Jesús, con tales símbolos humanos nos enseña la verdad asombrosa de lo que, en teología, se ha denominado el “existencial sobrenatural” (K. Rahner).
Con frecuencia vemos que la religión hace de los fieles practicantes, personas muy piadosas, observantes, fervorosas, pero es también un hecho, que la religión deshumaniza a algunas gentes, haciendo la convivencia complicada, difícil, desagradable. La religiosidad vivida de esta forma no conduce a Dios, porque es incompatible con la fe que enseñó Jesús y que vemos reflejada en el Evangelio.
Había una boda en Caná: La mayoría de los esposos cristianos viven su matrimonio sin siquiera sospechar la grandeza que encierra su vida matrimonial. Escuchan de la Iglesia, una cuidada predicación sobre los deberes matrimoniales, pero pocas veces se sienten invitados a vivir con gozo la mística que debería animar y dar sentido a su matrimonio.
Las exigencias morales del matrimonio sólo se logran entender, cuando de alguna manera se ha intuido el misterio que los esposos están llamados a vivir y disfrutar. Por esto lo más urgente y apasionante para las parejas cristianas es comprender bien lo que significa «casarse por la Iglesia» y «celebrar el sacramento del matrimonio».
«Sacramento» es una palabra que hoy apenas tiene significado Muchos ignoran que significa «signo» o «señal». Cuando dos creyentes se casan por la Iglesia, buscan transformar su amor en sacramento, es decir, en signo o señal del amor que Dios vive hacia sus criaturas.
Esto es lo que los novios nos quieren expresar en el momento de la boda: «Nosotros nos queremos con tal hondura y fidelidad, con tanta ternura y entrega, de manera tan total, que nos atrevemos a presentarles nuestro amor como “sacramento”, es decir, como signo del amor que Dios nos tiene. Así, cuando vean cómo nos queremos, podrán intuir, aunque sea de manera deficiente e imperfecta, cómo les quiere Dios».
Su amor se convierte en sacramento, precisamente porque cada uno de ellos comienza a ser «sacramento» de Dios para el otro. Al casarse, los esposos cristianos se dicen y prometen el uno al otro: «Yo te amaré de tal manera que cuando te sientas querido/a por mí, podrás percibir cómo te quiere Dios. Yo seré para ti gracia de Dios. A través de mí te llegará su amor. Yo seré pequeño “sacramento” donde podrás presentir el amor con que Dios te ama».
El amor íntimo que ellos celebran y disfrutan, los gestos de cariño y ternura que se intercambian, la entrega y fidelidad que viven día a día, el perdón y la comprensión que sostienen su existencia, todo tiene para ellos un carácter único y diferente, misterioso y sacramental. A pesar de todas sus deficiencias y mediocridad, en el interior de su amor podrán saborear la gracia de Dios, su cercanía y su perdón.
Nunca es tarde para aprender a vivir con más hondura. Aquel Jesús que iluminó con su presencia la boda de Caná, puede enseñar a los esposos cristianos a beber todavía un «vino mejor».
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf, Fuentes: José Antonio Pagola y José María Castillo.