Evangelio: Marcos 9,30-37
El anuncio de la Pasión se repite en Marcos tres veces, siempre acompañado de una reacción reprochable por parte de los discípulos, incapaces de entender una propuesta de vida que, de acuerdo con los criterios de los hombres, parece totalmente insensata.
Jesús “va a ser entregado”. ¿Por quién? Por Judas responderíamos. Sin embargo, estamos frente a lo que los teólogos llaman “pasivo divino”, es decir, un verbo en voz pasiva que, en la Biblia, se usa para atribuir a Dios una determinada acción. Es Dios quien ofrece a su Hijo, quien lo entrega al poder de los hombres.
Quién está enamorado está siempre alegre “fuera de sí” Sale de sí mismo, se olvida de sí por un impulso irreprimible para ir al encuentro del otro. El que ama no puede permanecer en sí mismo; tiene que salir y entregarse a la persona amada. También le pasa a Dios, Amor infinito y por lo tanto totalmente ‘fuera de sí’. En Cristo ha revelado su éxtasis, el estar fuera de sí. “Salí del Padre –dice Jesús– y he venido al mundo”. El Señor que sale de sí mismo y se presenta ante nosotros es una invitación al éxtasis, a salir de nosotros mismos para ir hacia los hermanos. Encuentra a Dios el que deja de pensar en sí mismo, en sus ventajas, en la autoafirmación, y se convierte, como el Señor, en el servidor de todos. “Dios ha demostrado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único para que vivamos gracias a Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó… Queridos, si Dios nos ha amado tanto, también debemos nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nunca lo ha visto nadie; si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (1 Jn 4,9-12).
No es de extrañar que, incluso después de escuchar por segunda vez el mismo anuncio, los discípulos no hayan entendido, es decir, no hayan podido aceptar el escándalo de la Pasión del Mesías. Continúan siguiéndolo hasta Jerusalén, pero, en el camino que conduce a la cruz, cultivan sueños opuestos a los de Jesús.
En la casa de Cafarnaún ante la pregunta, acusación, de Jesús sobre qué discutían por el camino, los discípulos están avergonzados, silenciosos. Todavía se acordaban cuando Pedro intentó disuadirlo de la trayectoria de la cruz. Se habían dado cuenta de que, cuando se tocaba este punto, el Maestro reaccionaba con dureza, era intransigente.
Jesús se sienta como un rabino que se dispone a impartir una lección importante. Entonces llama a sus discípulos y les pide que se acerquen porque los ve distantes, siente que están muy lejos de Él.
Para inculcar mejor la lección, Jesús hace un gesto significativo, llama a un niño, lo coloca en el medio, lo abraza y agrega: “Quien reciba a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe”. Niño es aquel que depende completamente de los demás; el que no produce, solo consume, necesita de todo; el que también puede crear problemas, el que no razona como un adulto.
Jesús quiere que la comunidad de sus discípulos ponga en el centro de su atención y esfuerzos a los más pobres, a los que no cuentan, a los marginados, a las personas impuras. Discípulo de Cristo es aquel que, siguiendo el ejemplo del Maestro, abraza a los niños.
Jesús María Amatria CMF.