En medio de ustedes hay uno que no conocen.
En el evangelio de este tercer domingo, Marcos nos presenta el testimonio de Juan el Bautista el cual es una confesión sobre la persona de Jesús. Los primeros versos de esta lectura podrían pertenecer con todo derecho al «prólogo» del autor, aunque literariamente surgen dificultades para que así sea. Jesús viene después del Bautista, quizás estuvo con él, pero su camino era otro bien distinto.
La segunda parte de esta lectura nos sitúa ya en la historia del Precursor que tuvo que aclarar que no era él quien había de venir para salvar, para iluminar, para dar la vida. El era la voz que gritaba en el desierto. La figura de Juan Bautista nos predispone a escuchar la voz de Jesús. La voz de Jesús es portadora de buenas noticias, de alegría para todos. Su voz y su palabra vendan los corazones desgarrados, proclama la amnistía a los cautivos y esclavos, la libertad para proclamar el año de gracia del Señor, según lo proclama Isaías. Y todos conocemos qué sucedió; fue rechazado por la mayoría. Pero nosotros le escuchamos y estamos aquí. Nunca tenemos bastante y queremos seguir escuchando y viviendo de sus palabras de vida.
Hermanos, al mundo le sigue faltando luz, por eso se necesitan personas incandescentes como tú y como yo, transformadas al calor del Espíritu que habitaba en Jesús. Capaces de cobijar a quienes no ven luz al final del túnel de este Covid 19, de las crisis humanitarias, de su situación personal o comunitaria. Estamos todos en la misma barca y no para entrar animales como lo hizo Noé, sino para entrar la fe de tantos que se han alejado y ya no quieren orar; se han alejado de la Iglesia y de la comunidad. No olvidemos: nos necesitamos unos a otros para socorrernos y proveernos de motivos para la alegría y la confianza en el presente y el futuro. Dios necesita de todos para alumbrar un cielo nuevo y una tierra nueva sin males, donde brille la justicia, la paz y el amor.
Por eso hago viva la voz de San Pablo en unos de mis pasajes favoritos, en Filipenses 4, 4ss: “Estén siempre alegres en el Señor. Se constante en orar. En toda ocasión da gracias, se agradecido: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de ti. No apagues el Espíritu Santo, no desprecies el don de profecía: sino examinándolo todo, quédate con lo bueno. Guárdate de toda forma de maldad”.
Así es mis amigos, el verdadero gozo se asienta en el interior del discípulo cuando vive en la confianza de la fe, sabe perdonar y pedir perdón, practica la justicia y la compasión. Es el gozo de quienes nadamos por la vida teniendo un “puerto” al que dirigirse, un rumbo, una identidad, un proyecto y un mundo de relaciones visibles e invisibles. Hay un gozo en quien lucha por mantenerse fiel a su proyecto de vida, sobre todo en una pareja cuando se piensa casar o en cualquier estado de la vida, encajando desafíos y sacrificios. Es el gozo aprendido junto al pesebre y la cruz, alegría que no es nunca soledad sino comunión con el Dios vivo.
Así es mis amigos, la fe cristiana ha nacido del encuentro sorprendente que ha vivido un grupo de hombres y mujeres con Jesús. Todo comienza cuando estos discípulos y discípulas se ponen en contacto con él y experimentan “la cercanía salvadora de Dios”. Esa experiencia liberadora, transformadora y humanizadora que viven con Jesús es la que ha desencadenado todo. Su fe se despierta en medio de dudas, incertidumbres y malentendidos mientras lo siguen por los caminos de Galilea.
En nuestras comunidades de la parroquia San Antonio María Claret, estamos necesitados de estos testigos de Jesús. La figura del Bautista, abriéndole camino en medio del pueblo judío, nos anima a despertar hoy esta vocación tan necesaria. En medio de la oscuridad de nuestros tiempos, o del enfriamiento y del abandono de la fe, necesitamos «testigos de la luz».
Hermanos creyentes Catequistas que despierten el deseo de Jesús y hagan creíble su mensaje. Cristianos Ungidos en el Espíritu que, con su experiencia personal, su espíritu y su palabra, faciliten el encuentro con él. Seguidores Seglares Claretianos que lo rescaten del olvido y de la relegación para hacerlo más visible entre nosotros.
Testigos humildes de la Hermandad de Emaús que, al estilo del Bautista, no se atribuyan ninguna función que centre la atención en su persona robándole protagonismo a Jesús. Seguidores de Alfa y Omega que no lo suplanten ni lo eclipsen. Cristianos de Oración Centrante que, sostenidos y animados por él, dejan entrever, tras sus gestos y sus palabras, la presencia inconfundible de Jesús vivo en medio de nosotros.
Y para los demás hermanos que comparten los ministerios de nuestra parroquia, no olvidemos que los testigos de Jesús no hablan de sí mismos. Su palabra más importante es siempre la que le dejan decir a Jesús. En realidad, el testigo no tiene la palabra. Es solo «una voz» que anima a todos a «allanar» el camino que nos puede llevar a él. La fe de nuestras comunidades se sostiene también hoy en la experiencia de esos testigos humildes y sencillos que, en medio de tanto desaliento y desconcierto, ponen luz, pues nos ayudan con su vida a sentir la cercanía de Jesús.
Hoy se comenta que el mundo actual se va convirtiendo en un «desierto», pero el testigo nos revela que algo sabe de Dios y del amor, algo sabe de la «fuente» y de cómo se calma la sed de felicidad que hay en el ser humano. La vida está llena de pequeños testigos. Son creyentes sencillos, humildes, conocidos sólo en su entorno. Personas muy buenas. Viven desde la verdad y el amor. Ellos nos «allanan el camino» hacia Dios.
En medio de esta pandemia tenemos muchos creyentes mudos que no confiesan su fe. Testigos cansados, desgastados por la rutina o quemados por la dureza de los tiempos de crisis actuales. Comunidades que se reúnen, cantan y salen de las iglesias “sin conocer al que está en medio de ellos». Sólo la acogida interior al Espíritu puede reanimar nuestras vidas y generar entre nosotros “testigos del Dios vivo”. Recordando que en la Iglesia nadie es «la Luz», pero todos podemos irradiarla con nuestra vida. Nadie es «la Palabra de Dios», pero todos podemos ser una voz que invita y alienta a centrar el cristianismo en Jesucristo. Necesitamos mucha fuerza del Señor para este desierto que tantos meses nos tiene paralizado. Es por esto que te invito a terminar meditando estas palabras.
Oración: Señor tu sabes que soy muy débil. Dame la fuerza Señor. Pues tú eres mi fortaleza. Y también mi Señor. Que me quieres con amor. Y que me tienes presente. Yo se que a cada momento. Yo estoy en tu corazón. Tú eres mi único amor. Que hay sincero en mi vida. De ti siempre he recibido. Tantas cosas que son buenas. De ti quisiera estar lleno. De Vida, de Amor y de Paz. Amén.
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf y José Antonio Pagola.