El evangelio, texto exclusivo de Mateo, nos propone la parábola de las vírgenes necias y las prudentes. Se habla de “diez”, quizás porque era el número exigido para la calidez de la plegaria en la sinagoga o fuera de ella. Incluso la boda, con toda su significación bíblico-mesiánica, es útil para enmarcar el punto final: la llegada o venida del esposo. Sin esposo no hay boda ni nada, lamento de sus amigas, en este caso vírgenes, lo que quiere decir simplemente “no casadas” y que también un día serán desposadas. El aceite en el judaísmo era, además, el signo de las buenas obras, así como de la alegría de la acogida (Sal 23,5; 104,15; 133,2) e incluso de la unción mesiánica (Sal 45,8; 89,21). También las palabras del mismo Jesús: «Yo he venido a traer fuego a la tierra, y ¿qué he de querer, sino que se encienda?».
El evangelista Mateo lo explica al recoger dos parábolas de Jesús. La primera es muy clara. Hay algunos que «escuchan las palabras de Jesús», y «las ponen en práctica». Toman en serio el Evangelio y lo traducen en vida. Son como el «hombre sensato» que construye su casa sobre roca. Es el sector más responsable: los que van construyendo su vida y la de la Iglesia sobre la autenticidad y la verdad de Jesús. Pero hay también quienes escuchan las palabras de Jesús, y «no las ponen en práctica». Son tan «necios» como el hombre que «edifica su casa sobre arena». Su vida es un disparate. Construyen sobre el vacío. Si fuera sólo por ellos, el cristianismo sería pura fachada, sin fundamento real en Jesús.
Jesús se vale del marco de una fiesta de bodas para hablar de algo trascendental: la espera y la esperanza, como cuando la novia está ardiendo de amor por la llegada de su amado, de su esposo. Pero los protagonistas no son ni el novio (lo será al final de todo), ni la novia, en este caso, sino las doncellas que acompañaban a la novia para este momento.
Y es que la primera generación cristiana vivió convencida de que Jesús, el Señor resucitado, volvería muy pronto lleno de vida. No fue así. Poco a poco, los seguidores de Jesús se tuvieron que preparar para una larga espera. Y no es difícil imaginar las preguntas que se despertaron entre ellos. ¿Cómo mantener vivo el espíritu de los comienzos? ¿Cómo vivir despiertos mientras llega el Señor? ¿Cómo alimentar la fe sin dejar que se apague? Un relato de Jesús sobre lo sucedido en una boda les ayudaba a pensar la respuesta.
Nos encontramos con un detalle que el narrador quiere destacar desde el comienzo. Entre las jóvenes hay cinco «sensatas» y previsoras que toman consigo aceite para impregnar sus antorchas a medida que se vaya consumiendo la llama. Las otras cinco son unas «necias» y descuidadas que se olvidan de tomar aceite con el riesgo de que se les apaguen las antorchas.
En definitiva, el mensaje es claro y urgente. Es una insensatez seguir escuchando el Evangelio sin hacer un esfuerzo mayor para convertirlo en vida: es construir un cristianismo sobre arena. Y es una necedad confesar a Jesucristo con una vida apagada, vacía de su espíritu y su verdad: es esperar a Jesús con las «lámparas apagadas». Jesús puede tardar, pero no podemos retrasar más nuestra conversión.
Hoy nosotros hemos encontrado otra manera más razonable y sensata para vivir con tranquilidad. Somos maestros en hacer toda clase de cálculos y previsiones para no correr riesgos y alejar de nuestra vida la inseguridad. Nos preocupamos de asegurar nuestra salud y garantizar nuestro nivel de vida; planificamos nuestra jubilación y nos organizamos una vejez serena y tranquila. Todo ello está muy bien, pero, no dejamos de ser insensatos si no reconocemos algo que es claro y evidente: todas estas seguridades fabricadas por nosotros son inseguras. Y la advertencia evangélica no es irracional o absurda. Jesús invita sencillamente a vivir en el horizonte de la vida eterna, sin engañarnos ingenuamente sobre la caducidad y los límites de esta vida
Apreciados amigos y hermanos: hoy puedo sentir la desesperación de mucha gente a causa de lo que están viviendo. Esas que aún están encerradas que han tenido que quedarse aisladas. Otras que se han quedado sin trabajo y que con sus vidas no encuentran que hacer. Unos que se han quedado desamparados tirados en las calles o en algún hospital. En fin, son muchas situaciones que los hacen desfallecer.
Pero hoy yo te digo: sea la situación que sea por la estés pasando, no seas como esas Jóvenes Insensatas que aún no estaban preparadas para la misión que se les había encomendado. Esas lámparas apagadas que significan muerte y destrucción, que en cada uno de ustedes no las quiero ver. Al contrario, que sean ustedes con sus buenas acciones de servir a los demás. Sean lámparas encendidas y así puedan iluminar a todos los demás.
Mantengan sus lámparas, o sea, sus vidas preparadas porque no saben el día ni la hora en que Dios pueda llegar a sus vidas y él no los quiere encontrar desprevenidos. Porque carecen de entrega, porque carecen de amor. Por lo tanto, estén atentos siempre fieles y entregados al servicio y a la misión encomendada por Dios. Que tú puedas ser siempre luz y testigo de su inmenso amor. Y que cuando llegue ese gran día que Dios haga un llamado tú te encuentres preparado y puedas así estar en su presencia.
Mantener despierta la esperanza significa no contentarse con cualquier cosa, no desesperar del ser humano, no perder nunca el anhelo de «vida eterna» para todos, no dejar de buscar, de creer y de confiar. Aunque no lo sepan, quienes viven así están esperando la venida de Dios.
Terminemos Orando con el texto.
Para tu poder entrar en el reino de los cielos. Prepara tu luz primero. Y no la dejes apagar. Para salir a encontrar. Al novio que es el Señor. Cinco fueron descuidadas. Pero cinco precavidas. Entonces las descuidadas. No tomaron nada en cuenta. Que le faltaba el aceite. Y se les podían apagar. En cambio, las precavidas. Llevan aceite demás. Como el novio no llegaba. Porque se había demorado. Dormidas quedaron todas. De pronto un grito sé oyó. Es que el novio ya llegó. Y todas se despertaron. Apagándose las lámparas. De las que eran descuidadas. Dijeron las precavidas. No hay aceite para dos. Pero el novio llegó. Las puertas se le cerraron. Y no pudieron entrar. Dijeron Señor, Señor. Pero él le respondió. En verdad no las conozco. Es que hay que vivir despiertos. No sabemos ni el día. Ni la hora que nos llamará el Señor. Amén.