¡ANIMO, SOY YO, NO TENGAN MIEDO!
Jesús en el Evangelio de hoy, retirado a solas en un monte para orar, para -en el discreto silencio de la noche- encontrarse en plena comunión con el Padre y el Espíritu.
La fe de los milagros. Los milagros que nos cuentan los Evangelios fueron considerados durante siglos como una prueba de la divinidad de Jesús. Ni siquiera sus enemigos en vida cuestionaban que realizara portentos, sino que le acusaban de hacerlos con el poder del Maligno (Mc 3, 22; Mt 12, 24; Lc 11, 15). La fe de los milagros es tener la confianza puesta en Dios. Dios quiere que creamos en Él, en el amor que nos tiene, y para ayudarnos a ello buscará mil y una maneras, ordinarias y extraordinarias, en las que siempre respetará nuestra libertad de acogerle.
Se trata de Jesús. Los discípulos no saben cómo interpretar aquella visión, piensan que puede ser un fantasma. Ante su temor, Jesús les transmite ánimo y paz. Y Pedro recurre a la autoridad del Maestro y le pide poder ir junto a él, aunque ello suponga algo tan imposible como caminar sobre el agua. La Palabra de Jesús nos saca de la parálisis del miedo y, si confiamos en él, nos hace capaces de caminar sobre las dificultades, por grandes que estas sean. Siempre escucha nuestra oración y nos auxilia, aunque nos ahoguen las dudas y solo nos quede fe para pedir ayuda.
Pedro represente ese misterio de la Iglesia, que necesita la fuerza y el coraje de su Señor. Pedro es el primero de ese grupo de los doce, que necesita buscar y encontrar al Señor por la fe. Incluso es representado con sus debilidades. Porque la Iglesia en el NT no es el grupo de los perfectos, sino de los que necesitan constantemente fe y salvación.
Como ver a Jesús en medio de este tiempo de crisis y pandemia. “Ánimo. Soy yo. No temáis”. Solo Jesús les puede hablar así. Pero sus oídos solo oyen el estruendo de las olas y la fuerza del viento. Es necesario poner nuestra confianza en Jesús. por eso es necesario aprender a caminar hacia Jesús en medio de la crisis: apoyándonos, no en el poder, el prestigio y las seguridades del pasado, sino en el deseo de encontrarnos con Jesús en medio de la oscuridad y las incertidumbres de estos tiempos.
Jesús extiende su mano y nos salva mientras nos dice: “Hombres de poca fe, ¿por qué dudan?” Y nos pregunta a cada dominicano ¿Por qué dudamos tanto? ¿Por qué no estamos aprendiendo apenas nada nuevo en esta pandemia? ¿Por qué seguimos buscando falsas seguridades para “sobrevivir” dentro de nuestras familias, de nuestro país, sin aprender a caminar con fe renovada hacia Jesús en el interior mismo de la sociedad de nuestros días?
Esta Pandemia no es el final de la fe cristiana. Es la purificación que necesitamos para liberarnos de intereses mundanos, triunfalismos engañosos y deformaciones que nos han ido alejando de Jesús a lo largo de los siglos. Él está actuando en esta crisis, en cada enfermo. Él nos está conduciendo. Reavivemos nuestra confianza en Jesús. No tengamos miedo.
Y miedo a que nos preguntamos hoy. Tenemos miedo a la inestabilidad laboral y el paro creciente. La crisis está provocando una competitividad laboral, unas rivalidades y una insolidaridad ciudadana que degenera en angustia y ansiedad de muchos ante su porvenir. También estamos pasando el miedo a la soledad, el aislamiento y la marginación, sobre todo, en los grandes núcleos urbanos. Estos miedos provienen de un modo de vivir absurdo y vacío de sentido. Hoy muchos se dirán ante esta situación: Mi problema es que tengo miedo al infarto, miedo a suicidarme y miedo a enloquecer.
Estos miedos de los hombres de hoy nos están gritando que el ser humano se pierde cuando pierde su centro y que la vida queda destruida cuando se destruye toda salida hacia la transcendencia. Cuando un creyente, acosado por el miedo, grita como Pedro: “Señor, sálvame”, ese grito no hace desaparecer sus miedos y angustias. Todo puede seguir igual. Su fe no le dispensa de buscar soluciones a cada problema. Lo más decisivo de nuestro ser está a salvo. Dios es una puerta abierta que nadie puede cerrar. La fidelidad y la benignidad de Dios están por encima de todo, por encima incluso de toda fatalidad y toda culpa. Todo puede recibir un nuevo sentido.
Hoy el Señor nos puede decir que por más duro que sea el camino, por más alto que suba la marea. Que mientras más te golpea, tu siente que tu vida se acaba. Pero no debemos de olvidar que ahí esta Dios para ayudarnos y traer la calma en medio de tantas tempestades.
No hagamos como Pedro que por su falta de fe le dio tanto miedo y sentía que se ahogaba. Pero así mismo como él me pide yo te invito que tú lo hagas. En este momento que siente que tú vida se acaba no dudes en llamar a Jesús y pedirle que te salve. Él sus manos te tenderá pero no sea de poca fe.
Ahora él nos pregunta ¿Por qué tú sientes dudas? ¿Por qué vacila tú fe? Si siempre él está con nosotros. Y la exhortación que él nos hace es que imitemos a sus discípulos. Y nos postremos ante él y lo proclamemos como un Dios vivo. Que siempre nos acompaña en todos los momentos de nuestras vidas.
Me gustaría hoy terminar orando con el Evangelio reviviendo y orando con cada palabra.
Oración. A los discípulos Jesús. Lo hizo subir a la barca. Para que ellos llegaran. Antes que él a la orilla. Pero Jesús subió al monte. Se fue solo a orar. De madrugada Jesús. Se fue andando sobre el agua. Se asustaron los discípulos. Sobre el agua verlo andar. Creía que era un fantasma. Que en el agua caminaba. ¡Ánimo! dijo Jesús. El que camina soy yo. Pero Pedro respondió. Yo caminaré en el agua. Hasta llegar a Jesús. Tuvo miedo comenzando. Jesús lo tomo de manos. Le dijo que poca fe. Se subieron a la barca. Pero el viento se calmó. Se pusieron de rodillas. Seguido ellos dijeron. Tú eres el Hijo de Dios. Amén.
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf y José Antonio Pagola.