“Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen”
Evangelio: Juan 10,27-30
En el mismo capítulo del texto que la liturgia nos muestra hoy, el evangelista Juan presenta a Jesús como el pastor esperado, como el que va a conducir a la gente a lo largo del camino de la rectitud y fidelidad al Señor.
Estamos en el cuarto domingo de Pascua llamado el domingo del Buen Pastor, ya que cada año la liturgia nos regala un pasaje del capítulo 10 de Juan donde Jesús mismo se autodefine como el verdadero pastor. El Evangelio que leemos hoy sólo tiene cuatro versículos y se han extraído de la parte final del discurso de Jesús que tienen la intención de ayudarnos a profundizar el significado de esta imagen bíblica.
El Buen Pastor del que habla Juan no tiene nada que ver con esta imagen dulce y tierna, del pastor que va en busca de la oveja perdida y la carga sobre sus hombros. Jesús no se presenta a sí mismo como alguien que cariñosamente acaricia al cordero herido, sino como el hombre duro, fuerte, decidido a luchar contra los bandidos y los animales feroces, como lo hizo David, persiguiendo al león o al oso que arrebata una de las ovejas lejos del rebaño; David lo derriba y le quita la víctima de su boca (1 Sam 17,34-35). Jesús es el Buen Pastor porque no tiene miedo de luchar hasta dar su vida por las ovejas que ama.
La frase que Jesús pronuncia en el texto de hoy es muy fuerte: “Mis ovejas jamás perecerán; y nadie las arrebatará de mi mano” Jesús nos enseña que la salvación de las “ovejas” no está garantizada por su docilidad, su lealtad, sino por la iniciativa, el valor, el amor gratuito e incondicional del “pastor”. ¡Este es el gran anuncio! Esta es la hermosa noticia que la Pascua anuncia y que un creyente cristiano debe transmitir. Incluso puede garantizarles a quienes todo les va mal en la vida que sus miserias, sus defectos, sus opciones de muerte no serán capaces de derrotar al Amor de Cristo.
“Mis ovejas escuchan mi voz” dice también Jesús. Sus discípulos vivimos en este mundo, entre la gente. Escuchamos muchas voces e incluso recibimos llamadas y mensajes engañosos. Hay muchos que se hacen pasar por pastores, que prometen la vida, el bienestar, la felicidad e invitan a la gente a seguirlos. Es fácil ser engañado por charlatanes. En medio de muchas voces, ¿cómo se puede reconocer la voz del verdadero Pastor?
Para reconocer la voz del Maestro es necesario acostumbrar el oído. Al que oye a una persona muy poco, le resultará difícil distinguir su voz entre la multitud. El que escucha el evangelio muy poco, no puede aprender a reconocer la voz del Señor que habla.
Pero no es fácil confiar en Jesús porque Él no promete éxito, triunfos, victorias, como hacen los falsos pastores. Jesús nos pide la entrega de uno mismo, nos exige la renuncia al propio provecho, demanda el sacrificio de la vida… Y, sin embargo, asegura Jesús, es el camino que nos abre para conseguir la vida eterna. No hay atajos.
El pasaje termina con una afirmación sorprendente: “Yo y el Padre somos uno” Esta afirmación un tanto abstracta indica el camino a seguir para lograr la unidad con Dios. Es necesario llegar a ser ‘uno’ con Cristo. Esto significa que uno tiene que lograr la unidad de pensamientos, sentimientos, intenciones y acciones con Él. Esta afirmación requiere una explicación. En la Iglesia, que el Papa Francisco nos invitó a que sea sinodal, ya no podemos decir que los llamados laicos deben seguir a sus pastores, sino que es más correcto afirmar que el pueblo de Dios, laicos y clérigos, juntos, debemos seguir al único Pastor, que es Jesús, y llegar a ser, con Él, uno con el Padre.
Igual para este tiempo ya tenemos al sucesor de Pedro, oramos por él para que nos anime a escuchar la voz del único Pastor y le sigamos sólo a Él.
Jesús María Amatria, CMF.