Evangelio: Juan 6,51-58
El evangelio de hoy repite el último versículo del domingo pasado, es importante porque marca la transición, en el discurso de Jesús, del “Pan del cielo”, entendido como Palabra, al tema de la Eucaristía.
Como vimos la semana pasada, los judíos entendieron que, cuando hablaba del Pan del cielo, Jesús se refería a su Evangelio, a su mensaje divino que ha traído a nuestra esta tierra y, frente a este anuncio murmuraron. La afirmación con que comienza la lectura de hoy es aún más desconcertante: el pan a comer no es solo su doctrina, sino su propia carne.
Ellos perciben que Jesús ya no solo se refiere a la asimilación espiritual de la revelación de Dios, sino también a un manjar concreto, no metafórico. Esperan una explicación, y por eso comienzan a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
Jesús no se preocupa por su desconcierto y en vez de suavizar sus palabras, reafirma lo que ya ha dicho, añadiendo una exigencia todavía más cruda: también deben beber su sangre.
Para un judío semita la carne no son los músculos, sino “toda la persona” considerada en sus aspectos débiles y frágiles. Y, la sangre es la vida, como dice el levítico: “porque la vida de la carne está en la sangre” (cf. Lv 17,10-11). La vida no pertenece al hombre sino a Dios.
Con el gesto de celebrar con sangre la Alianza ente Dios y el pueblo en el Sinaí, (Éx 24,6-8), se crea la comunión de vida entre Dios e Israel y se sella la pertenencia mutua. Era como si entre Dios y el pueblo se hubiesen establecido relaciones de consanguinidad.
¿Por qué entonces la Eucaristía? ¿No es suficiente solo la Palabra? La Eucaristía no reemplaza la fe en su Evangelio. La Eucaristía no produce ningún efecto si no se recibe con fe. La comunión no es un ritual mágico, como lo eran los ritos realizados por los iniciados en los misterios paganos, y no es una medicina que actúa automáticamente y consigue la curación de los enfermos.
La Eucaristía y la comunión son expresión de la decisión interna de acoger a Cristo y de permitirle animar toda mi vida. Antes de recibir el Pan eucarístico, es siempre necesario leer y meditar la palabra de Dios. Quien acepta hacerse uno con Cristo en el Sacramento, debe conocer primero su propuesta de vida. No se firma un contrato sin haber leído y considerado cuidadosamente todas las cláusulas.
Una característica del rito es la de ser repetitivo, la de seguir un esquema fijo. Los ritos son repetitivos, pero no inútiles, ya que crean lo que significan. Esta es la fuerza, esta es la eficacia del rito. Los primeros cristianos tenían una sola celebración eucarística semanal. Si se repite con fe, este sacramento, que significa la unión con el Señor de la Vida, hace que sea cada vez más sólida y más profunda esta unión.
¡Qué afortunados somos teniendo la Eucaristía! Aquí está Jesús asegurándonos: Yo estoy con ustedes y vivo en medio de ustedes y no les doy un regalo cualquiera sino a mí mismo como alimento para el viaje de la vida. Coman mi Pan de Vida y beban mi vino de alegría y de redención. Esto soy yo mismo que me doy por ustedes. De esta manera Jesús nos hace también a nosotros capaces de entregarnos a Dios y a los hermanos. Que cada Eucaristía sea una celebración de acción de gracias, con el Señor en medio de nosotros.
Jesús María Amatria, cmf.