SI EL GRANO DE TRIGO CAE EN TIERRA Y MUERE, DA MUCHO FRUTO
Hoy celebramos el último domingo del tiempo cuaresmal, y está dirigido a la “Colecta del Sacrificio” con el tema: «Cuando se sirve a Dios, ayudar al prójimo no es pesado, es una honra». En el cual se nos invita a que: «Acojamos y vivamos el Reino de Dios en permanente conversión». Porque es una salvación abierta al mundo entero: -algunos griegos le rogaban: quisiéramos ver a Jesús-; que pasa por la entrega: -si el grano de trigo no cae ean tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto-, por poner al otro por delante de uno mismo: -el que se ama a sí mismo se pierde-, por anteponer la misión de amor a la propia vida, por la escucha al Padre en favor de los hombres y mujeres.
En la liturgia de hoy nos encontramos con unos peregrinos griegos que han venido a celebrar la Pascua de los judíos y se acercan a Felipe con una petición: «Queremos ver a Jesús», lo cual manifiesta un deseo profundo de conocer el misterio que se encierra en aquel hombre de Dios. A Jesús se le ve preocupado. Dentro de unos días será crucificado.
Queridos amados de Dios, hoy en día no sabemos a dónde ir ni que hacer. A muchos nos señalan y nos critican por nuestros servicios; pero son los que están en nuestro al rededor los que siempre viven buscando para poder señalar y criticar las cosas buenas que hacen los demás. Es lo que se vive en nuestra sociedad y en nuestro mundo. Las criticas, los celos y las envidias. Es algo que se debe de erradicar para que las cosas marchen mejor. Pues si tu hermano está haciendo algo incorrecto, en vez de criticarlo, ayúdale a enmendar ese error.
A Jesús muchos lo critican, lo señalan y lo persiguen. Pero Jesús sigue adelante. Cuando le comunican el deseo de los peregrinos griegos, pronuncia unas palabras desconcertantes: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre». Y Cuando sea crucificado, todos podrán ver con claridad dónde está su verdadera grandeza y su gloria. Por esta razón él nos habla directo al corazón. Aunque ese mensaje nos dé duro. «Les aseguro, que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto».
Amigos, se que hoy tú vida está siendo sacudida con todas las situaciones que ha traído esta terrible enfermedad, creada por el hombre para acabar con la humanidad. Sé que esta situación te ha alejado de todos y muchos de ustedes se han quedado sin nada. Pero, así como Jesús nos muestra que es necesaria su muerte y que debe morir para dar frutos. Cuando sea crucificado, todos podrán ver con claridad dónde está su verdadera grandeza y su gloria. Porque lo que mueve a Jesús es el amor apasionado por toda la humanidad.
Así también nosotros estamos llamados a morir a nuestros miedos, a nuestros egoísmos. Para que nuestras vidas también puedan dar frutos. Donándote a los demás, pero dándote por completo, ayudando aquel que tanto te necesita, que se siente solo, triste y abandonado. Ofrecerle tu tiempo, ofrecerle tu compañía, aun sea a la distancia, dar lo mejor de ti. Esos frutos de amor, de paz y de esperanza que tú puedes llevar a aquel en el que su vida sin ningún sentido está. No te aferres a tu vida olvidándote de tus hermanos. Mejor desprecia tu vida entregándote y sirviéndole a ellos y así vida eterna tendrás. Y cuando te des a los demás, entrégate con amor y alegría dando lo mejor de ti.
Porque el amor es invisible. Sólo lo podemos ver en los gestos, los signos y la entrega de quien nos quiere bien. Por eso, en Jesús crucificado, en su vida entregada hasta la muerte, podemos percibir el amor insondable de Dios. Porque quien se aferra egoístamente a su vida, la echa a perder; quien sabe entregarla con generosidad genera más vida. Y en este tiempo de pandemia nos hemos dado cuenta de que quien vive exclusivamente para su bienestar, su dinero, su éxito o seguridad, termina viviendo una vida mediocre y estéril: su paso por este mundo no hace la vida más humana. Quien se arriesga a vivir en actitud abierta y generosa, difunde vida, irradia alegría, ayuda a vivir. No hay una manera más apasionante de vivir que hacer la vida de los demás más humana y llevadera.
Es por esta razón que todo arranca de un deseo de «servir» a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir sólo para su proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples maneras y con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a todos. Y en definitiva esto significa compartir su vida y su destino: «donde esté yo, allí estará mi servidor». Esto es ser cristiano: estar donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él, tener las metas que él tenía, estar en la cruz como estuvo él, estar un día a la derecha del Padre donde está él.
Hermanos, no se puede engendrar vida sin dar la propia. No es posible ayudar a vivir si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los demás. Nadie contribuye a un mundo más justo y humano viviendo apegado a su propio bienestar. Nadie trabaja seriamente por el reino de Dios y su justicia, si no está dispuesto a asumir los riesgos y rechazos, la conflictividad y persecución que sufrió Jesús. Porque cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al dolor grande o pequeño de las gentes. El que ama se hace vulnerable. Amar a los hombres incluye sufrimiento, «compasión», solidaridad en el dolor. Y en este tiempo de esta terrible enfermedad estamos llamados a hacer nuestro el dolor de la humanidad. Es por esta razón que llevar la cruz en este tiempo de pandemia, es desvivirse por los demás.
Termino orando con estas oraciones sobre el llamado y el seguimiento:
«No sabes qué precio tiene. Aquel que sigue mis pasos. El que te cuida soy yo. También te mando los ángeles. Y el ejército del cielo. Ellos caminan delante. Y tú vas detrás de ellos. Recibe una protección. Que ha venido del Señor. Con todo mi amor te digo. Que yo te acompañaré siempre. Y en este día también. Amén».
«Con la ayuda que te doy. Tú me puede prometer. Que me vas a obedecer. En todo lo que te mande. Pero nunca trates tú. De cambiar de parecer. Eso nunca puede ser. Pues nunca te fallaré. Lo único que yo quiero. Que vayas por buen camino. Así tú irás conmigo. Iremos juntos los dos. Acompañado de mí. Nada a ti te pasará. Solo tienes que seguirme. Yo soy tu seguridad. Todo el que anda conmigo. Muy bien protegido está. Amén».
«Mi mayor felicidad. Que de mi tú no te alejes. Si tú te quedas conmigo. Todo lo bueno te queda. Yo soy tu Padre y te quiero. Te protejo dónde vas. Cada paso que tu das. Yo lo miro y lo bendigo. Cualquiera que ande conmigo. Alcanza mi bendición. El que bendice y perdona. Toda falta cometida. De todo ha quedado libre. Porque tuve compasión. Amén».
Fuentes: Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf y José Antonio Pagola.