La parábola del buen samaritano es, sin duda, uno de los textos más sorprendentes del Nuevo Testamento. En ella, la pregunta previa del letrado (Lc 10, 25-29) desvía la atención del lector a centrar su interés en el mandamiento del amor al prójimo, lo cual es importante. ¿Dónde y en qué está la clave de lo que Jesús quiso dejar patente, al relatar esta breve historia?
Todo acontece en un camino solitario; un hombre apaleado, robado por unos bandidos y medio muerto (Lc 10, 30). Pero, resulta que, por aquel sitio de dolor, violencia y amenaza mortal, pasan sucesivamente tres caminantes. Los tres se dan cuenta de la situación. De los tres, dos dan rodeo y siguen su camino, mientras que el tercero, al ver lo que ocurría, acude inmediatamente al moribundo, lo atiende y lo cuida hasta que lo deja en una posada donde lo puedan curar. Los que pasan de largo son los “hombres de la religión”. Y el que atiende al moribundo es un “samaritano”, un hombre sacrílego.
La parábola nos enseña que la fiel observancia de los ritos religiosos produce un efecto devastador: tranquiliza la conciencia, incluso en el caso de encontrarse en la situación extrema de verse ante un moribundo desamparado. Puede darse el caso en que la religión anula el Evangelio. Lo estamos viendo: “hombres de Iglesia” que se desentienden del sufrimiento de los que mueren de hambre y miseria en nuestra República Dominicana. La observancia de los ritos adormece las conciencias. Mientras, como bien sabemos, la misericordia, la bondad y el anhelo de justicia nos complican la vida y nos crean problemas. ¿No explica esto las muchas contradicciones en que vive hundida tanta gente de Iglesia, en nuestra sociedad dominicana? Lo esencial y decisivo es:
«Amarás a Dios». No se dice creerás en Dios, le respetarás, lo temerás, le obedecerás, le rezarás… Lo primero y esencial es otra cosa: lo acogerás con amor, le abrirás tu ser, te enamorarás de él. No te sentirás juzgado o controlado, sino enamorado. Cuando falta amor a Dios, la religión queda fosilizada.
«Amarás a tu prójimo». No te apropiarás de las personas para tu utilidad, disfrute o poder. Vivirás acogiendo, acompañando, sirviendo, dando y recibiendo amor. Sin esto la vida queda mutilada y pervertida. Es la convicción más profunda de Jesús.
Hoy es necesario vivir en actitud misericordiosa-samaritana: no dar rodeos, sino abrir los ojos para ver y ayudar a tantos hombres y mujeres asaltados, robados, golpeados, abandonados, medio muertos en los mil caminos de la sociedad. A diario, en nuestras calles dominicanas, hombres y mujeres son asaltados y despojados de sus pertenencias. Se les arranca la vida. Y lo que ocurre con los individuos, se repite a gran escala con pueblos enteros. Podemos traducir así la narración evangélica: “Una nación cayó en manos de salteadores (políticos, empresarios, narcotraficantes…) que, después de despojarla y golpearla, la dejaron medio muerta…
Un desconocido samaritano se encontró con el moribundo. No se lavó las manos diciendo “yo no fui”. ¿Qué hizo el samaritano? Tuvo compasión, misericordia. Ésa ha de ser nuestra actitud. Hay que comenzar por aquí; tenemos que optar por la misericordia. La misericordia desatará un dinamismo de solidaridad, de cercanía, de hermandad gratuita. La misericordia es la fuerza que salvará al mundo.
La Iglesia tiene que hacerse notar, por ser un lugar de misericordia ante el sufrimiento y el dolor que hay en el mundo. La Iglesia tiene que ser vista como el lugar más sensible y más comprometido ante todas las miserias humanas y ante las heridas físicas, morales y espirituales de los hombres y mujeres de hoy. Es necesario que la Iglesia de hoy esté vertebrada por la misericordia, pues es lo que la hará más humana y más creíble. Una religión comprometida en alimentar a los hambrientos y sedientos, en vestir a los desnudos, en acoger a los inmigrantes, en atender a los enfermos y visitar a los presos, es el mejor reflejo de la misericordia de Dios y la mejor concreción de su Reino.
Lo decisivo no es teoría, sino la misericordia que nos lleva a ayudar a quien sufre y necesita nuestra ayuda. La salvación de la humanidad está en ayudar a los marginados del mundo a vivir una vida más humana y más digna. La perdición, por el contrario, está en la indiferencia ante el sufrimiento y las necesidades de los hombres y mujeres de nuestro país (Mt 25,31-46) Para construir un mundo según Dios, tenemos que empezar por liberar de su miseria y humillación a los que sufren.
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf, José Antonio Pagola, José María Castillo y Jon Sobrino.