Jesús asiste a un banquete invitado por “uno de los principales fariseos” de la región. La comida especial de sábado es preparada con esmero desde la víspera, y es costumbre invitar a los amigos del anfitrión, a fariseos de gran prestigio, doctores de la ley, y modelos de vida religiosa para todo el pueblo.
La comida compartida era un acontecimiento de integración social. Lo principal no era ni lo sagrado ni lo profano del banquete, sino su función integradora en la sociedad antigua, en la que se combinaba la experiencia de la mesa compartida como acto de integración en la sociedad, y como participación en un acto sagrado. Las personas de clase superior comían recostadas en divanes, mientras los esclavos y los pobres comían de pie o en el suelo.
De ahí se comprende la importancia que tienen en los evangelios, las comidas de Jesús con toda clase de personas. El no toleraba las pretensiones de importancia y de honor que mostraban los fariseos, al querer estar siempre en los primeros lugares. El proyecto de Jesús, fue entre otras cosas, acabar con la sociedad desigual. De ahí, su empeño en poner a “los últimos” en el sitio de “los primeros”.
Jesús no se siente cómodo en aquel lugar. Echa en falta a sus amigos los pobres; los que encuentra mendigando por los caminos, los que nunca son invitados por nadie. Los que no cuentan, excluidos de la convivencia, olvidados por la religión, despreciados por casi todos. Ellos son los que habitualmente se sientan a su mesa.
Jesús se dirige al que lo ha invitado. No para agradecerle el banquete sino para sacudir su conciencia, invitándole a vivir un estilo de vida menos convencional y más humano: “No invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes ni a los vecinos ricos porque corresponderán invitándote… Invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
De ordinario, vivimos instalados en un círculo de relaciones familiares, sociales, políticas o religiosas con las que nos ayudamos mutuamente a cuidar de nuestros intereses, dejando fuera a quienes nada nos pueden aportar. Invitamos a nuestra vida a los que, a su vez, nos pueden invitar. Muchas veces somos esclavos de unas relaciones interesadas, y no somos conscientes de que nuestro bienestar solo se sostiene excluyendo a quienes más necesitan de nuestra solidaridad gratuita, para poder vivir. El Papa Francisco nos invita con estas palabras: “La cultura del bienestar nos hace insensibles a los gritos de los demás”. “Hemos caído en la globalización de la indiferencia”. “Hemos perdido el sentido de la responsabilidad”.
Somos conscientes de que en nuestra sociedad dominicana todo se compra y se paga. El trabajo, los servicios, la enseñanza, el deporte, el ocio y hasta la libertad. Nuestra sociedad produce con frecuencia un tipo de ser humano egoísta, insolidario, consumista, de corazón pequeño y horizonte estrecho, incapaz de amar con auténtica generosidad.
Es difícil ver en nuestra sociedad gestos verdaderamente desinteresados y gratuitos. Con frecuencia, hasta la amistad y el amor aparecen directa o indirectamente marcados por el interés y el egoísmo. Por eso nos resulta duro escuchar la invitación desconcertante de Jesús: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des una comida, invita a los pobres”.
Jesús no critica la amistad, las relaciones familiares ni el amor gozosamente correspondido. Pero nos invita a reflexionar sobre la verdad última de nuestra conducta. Amar al que nos ama, ser amable con quien lo es con nosotros, también puede ser el comportamiento normal del hombre egoísta, cuyo propio interés sigue siendo el criterio principal de su preferencia y predilección.
Es una equivocación creer que uno sabe amar de verdad y con generosidad, por el simple hecho de vivir en armonía y saber desenvolverse con facilidad en el círculo de sus amistades y en las relaciones familiares. También el hombre egoísta “ama” mucho a quienes le aman mucho. Saber amar no es simplemente saber tratar debidamente a aquél al que me une una amistad, simpatía o relación social. Saber amar es no pasar de largo ante nadie que me necesite cerca.
Jesús pensaba en una sociedad en la que cada uno se sintiera servidor de los más necesitados. Una sociedad muy distinta de la actual, en la que los hombres aprendiéramos a amar, no a quien mejor nos retribuye sino a quién más nos necesita. Es bueno preguntarnos con sinceridad, qué buscamos cuando nos acercamos a los demás. ¿Buscamos dar o buscamos recibir? Solo ama el que es capaz de comprender aquellas palabras de Jesús: “Hay más felicidad en dar que en recibir”.
¡FELICIDADES HERMANDAD DE EMAÚS CLARET POR SERVIR A CADA UNO DE ESTOS HIJOS NECESITADOS DE AMOR Y DE ALEGRÍA! ÁNIMO, DIOS CON USTEDES. BENDICIONES.
Fuentes: Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf, José Antonio Pagola y José María Castillo.