¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?
El evangelio de Mateo, de este domingo, nos ofrece la disputa sobre el mandamiento más importante. Sabemos que se unen o se juntan dos textos Dt 6,5 y Lv 19,18, citados frecuentemente en discusiones éticas rabínicas, pero la idea de unirlos tan estrechamente, a manera de resumen de toda la Ley y los Profetas, fue una idea no solo creativa y brillante, sino de nuevo profética, como sucede en todas estas disputas concluyentes en Jerusalén. Lo que le da gloria a Dios, precisamente, es que amemos al hombre como lo amamos a Él; tendríamos que decir que no es posible amar a Dios más que al hombre.
El evangelista sitúa el relato evangélico de la obligación del amor a Dios y al prójimo en el Templo de Jerusalén, el lugar religioso más sublime y santo, para un judío del tiempo de Jesús. Era el lugar del sacrificio, del perdón, del encuentro, la morada que Dios se había elegido, el santuario por excelencia; allí estaba el verdadero sagrario, allí se conservaba, en el lugar más sagrado y santo, el código de la Alianza, el pacto entre Dios y el pueblo. El amor a Dios que no sea, al mismo tiempo, amor al prójimo (sobre todo a los más necesitados) es un fraude, un engaño, una mentira.
La praxis evangelizadora de Jesús nos descubre un Dios nuevo y, por ello mismo, nos descubre un hombre nuevo. Es verdad que Jesús de Nazaret lo descubrió desde Dios. Los cristianos, a diferencia de otras formas de pensar y sentir, creemos firmemente que el Dios revelado en Jesús no es un Dios indiferente, ni impasible, ni lejano. Nuestro Dios está siempre en movimiento, junto a nosotros, porque desde el principio de la Historia de Salvación ha acompañado y sigue acompañando a esta humanidad que sigue peregrinando, entre luces y sombras, en busca de su verdadera identidad, de su plena dignidad.
El amor a Dios y al prójimo se practica desde el ser. El ser es la verdadera realidad, nuestra verdadera patria. Es el lugar donde se opera el verdadero milagro religioso: el encuentro de la persona con el Dios de la vida y de la solidaridad. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar. Ahí está el fundamento de todo. Lo primero es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor. No hemos de perdernos, en cosas accidentales y secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor todo queda pervertido. Amar al Señor, nuestro Dios, con todo el corazón es reconocer a Dios como Fuente última de nuestra existencia, despertar en nosotros una adhesión total a su voluntad y responder, con fe incondicional, a su amor universal de Padre de todos.
Jesús añade un segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir de espaldas a sus hijos. Una religión que predica el amor a Dios y se olvida de los que sufren es una gran mentira. La única postura, realmente humana, ante cualquier persona que encontramos en nuestro camino, es amarla y buscar su bien como quisiéramos para nosotros mismos. Todo este lenguaje puede parecer demasiado viejo, demasiado gastado y poco eficaz. Sin embargo, también hoy, en este tiempo de pandemia y encerramiento, el primer problema en el mundo es la falta de amor, que va deshumanizando, uno tras otro, los esfuerzos y las luchas por construir una convivencia más humana.
El verdadero amor cristiano se aprende de Jesucristo. Es él quien nos enseña a amar, no sólo a quien despierta en nosotros una atracción agradable, sino también a aquellos que necesitan una mano amiga que los sostenga. Quien ama a Dios y se sabe amado por Él, con amor infinito, aprende a mirarse, estimarse y cuidarse con verdadero amor. Qué fuerza y dinamismo generaría en nosotros esta peculiar manera de entendernos. Cuántos miedos y angustias se diluirían dentro de nosotros. Qué diferente es la vida cuando la persona aprende a decir: «Señor, que se haga tu voluntad porque así se va forjando también mi bien». Y no olvidemos nunca, que el hombre es humano cuando sabe vivir amando a Dios y a su prójimo.
Jesús no ha confundido el amor a Dios con el amor a los hombres. El «mandamiento principal y primero» sigue siendo amar a Dios, buscar su voluntad, escuchar su llamada. Mucho antes de la pandemia, se oía hablar de una renovación de nuestra sociedad dominicana; de una reforma de las estructuras. Pero pocos se preocupan de acrecentar su capacidad de amar. Por muchos que sean nuestros logros sociales, poco habrá cambiado si seguimos tan inmunizados al amor, a la atención a los desvalidos, al servicio gratuito, a la generosidad desinteresada y al compartir con los necesitados.
En los últimos días, en que llevamos una vida acelerada, agitada, pendientes de todo y con las tantas exigencias que se nos presentan, día a día, en los trabajos, en las familias, aún a los que están encerrados pendientes de sus quehaceres. Encerrados en este mundo, cumpliendo leyes, cumpliendo nuestras propias normas. A ti, hoy, el Señor te dice que lo más importante es que lo ames a él, sobre todas las cosas. Que lo ames y lo prefieras a él más que tu trabajo, que tu familia, más que a esas cosas materiales a las que estás aferrado. Otra cosa que, hoy, él te pide es que también ames a tu hermano, así como te amas a ti mismo. Tu hermano no es solo el que te agrada, no es solo el que te hace el bien, no solo el que tiene buena posición económica, no solo el que es de tu raza. Ama a todos sin distinción.
Para dar amor al prójimo tienes que empezar amándote a ti mismo. Aceptándote, así como eres y sintiéndote importante para Dios. Pero no digas que amas a Dios, cuando aborreces a tu hermano. Cuando no le haces caso a aquél que pasa por tu lado, que deambula por las calles buscando algo o alguien que le tienda una mano o que, por lo menos, con una sonrisa, con un gesto de cariño, con una palabra de aliento, él se sienta amado.
¿Cómo puedes decir que amas a Dios si odias a tu hermano? A ese hermano que hoy está triste, sin familia, sin amigos. Demuéstrale tú un poco de amor y cariño. Ama sin condición y demuéstralo dándote a los demás sin esperar nada a cambio. Hoy es difícil expresar nuestro amor con un abrazo o un beso. Porque hasta eso hoy extrañamos. Pero sí podemos expresarlo por medio de la tecnología. Y al que vemos en la calle, aunque no nos acerquemos, podemos hacerlo con un gesto de cariño y compartiendo, lo poco o mucho que tenemos, con aquel que nada tiene. Yo te invito a que tú también seas testigo del inmenso amor de Dios.
Terminemos orando con este evangelio: Se reunieron los fariseos. Porque querían saber. Dime Jesús, tú que has hecho callar a los saduceos. Yo sé que uno es maestro de la ley para tenderme. Una trampa y preguntarme. De todos los mandamientos. Cuál es el más importante. Pero Jesús a él le dijo. Ama al Señor tu Dios. Con todo tu corazón, tu alma y toda tu mente. Pero le dijo Jesús. Éste es más importante. El primero y el segundo. Son parecidos los dos. Como tú te amas a ti. Así ama a tu prójimo. De estos dos mandamientos. Depende toda la ley. De Moisés y toda enseñanza. Que vienen de los profetas. Amén.