VIGÉSIMONOVENO DOMINGO EN TIEMPO ORDINARIO – AÑO C
Evangelio: Lucas 18,1-8
Algunas veces nos preguntamos ¿Cómo es que Dios no responde siempre e inmediatamente a
estas súplicas? Si, pudiendo, no pone fin a la injusticia, ¿Cómo justifica Dios su silencio?
Otra pregunta que nos hacemos es si la oración no debe ser una manera de forzar a Dios para
hacer nuestra voluntad. ¿Por qué hoy Jesús nos invita a orar con insistencia? ¿Qué sentido tiene
la oración? Ante esta pregunta Jesús responde hoy con una parábola y con una aplicación para la
vida de la comunidad
La parábola comienza con la presentación de los personajes. El primero es un juez cuyo deber es
el proteger a los débiles y a los indefensos, pero este juez no tiene sentimientos de piedad. El
segundo personaje es la viuda. En la literatura del antiguo Medio Oriente y en la Biblia es el
símbolo de la persona indefensa, expuesta a abusos.
La viuda ha sufrido una injusticia, y reivindica sus derechos, pero nadie le hace caso. Sólo ve la
posibilidad de conseguir algo importunando al juez continuamente, con obstinación, a fuerza de
parecer indiscreta.
Luego de haber presentado a los dos personajes, la parábola continúa con el monólogo del
magistrado, que decide un día darle solución al caso. No porque se haya convertido de su
comportamiento incorrecto, sino porque está exhausto y fastidiado por la insistencia de la mujer.
Se dice: Esta viuda es muy molesta; me importuna, se ha vuelto insoportable
El mismo evangelista nos dice que Jesús contó esta parábola para inculcar la convicción de que
es necesario rezar siempre, sin cansarse. Nos enseña que la oración es el gran medio para no
perder la cabeza aún en los momentos más difíciles y dramáticos, cuando todo parece conjugarse
en contra nuestro y contra el reino de Dios.
Nos podemos hacer una tercera pregunta, ¿Cómo se hace para rezar siempre? Tengamos presente
que la oración no se identifica con la repetición monótona de fórmulas que agota al que la recita,
también al que las escucha y pienso que aburren hasta a Dios si no son expresión de un auténtico
sentimiento del corazón (cf. Am 5,23). Jesús pidió a sus discípulos que no hagan como los
paganos que “que piensan que por mucho hablar serán escuchados” (Mt 6,7).
Podemos tener muchas respuestas a la pregunta, pero orar siempre significa no tomar ninguna
decisión sin haberlo antes consultado con Él, con Dios. Si rompemos, aunque sea por un
instante esta relación con Dios; si utilizando la imagen de la primera lectura que nos propone la
liturgia de hoy, dejamos caer los brazos, inmediatamente los enemigos de la vida y de la libertad
tomarán la delantera. Enemigos que se llaman pasión, impulsos incontrolados, reacciones
instintivas. Que disponen el terreno para la toma de decisiones absurdas.
La oración es la que permite controlar la impaciencia de querer instaurar el reino de Dios a
toda costa y a cualquier medio. Es la plegaria la que nos impide forzar la conciencia y nos
enseña a respetar la libertad de todas las personas.
Frente a la inexplicable tardanza del juez, la viuda podría haber renunciado y haber
perdido la esperanza de poder obtener justicia un día. Sin embargo, el Señor quiere
llamarnos la atención a todos, a nuestras comunidades cristianas para que no caigamos en
el peligro del descorazonamiento, de la resignación, de pensar que el Esposo no llegará más
para “hacer justicia”. Él ciertamente vendrá, pero ¿estaremos sus elegidos atentos para
recibirlo? A algunos esta tardanza podría hacerles perder la fe. Nuestro desafío es
perseverar en la oración.
P. Jesús María Amatria, CMF.