Mc 10,35-45
Jesús va de camino a Jerusalén a paso decidido y ligero; sus discípulos caminan detrás temerosos y apesadumbrados porque ya en dos ocasiones el Maestro les ha dejado claro cuál será la meta del viaje. Jesús les ha anunciado por tres veces lo que le espera en la ciudad santa: será insultado, condenado a muerte, azotado y colgado en la cruz.
Parece imposible que, después de escuchar palabras tan claras sobre el destino de Jesús, los discípulos sigan creyendo que dirige a Jerusalén para comenzar el tiempo mesiánico, entendido como el reino de este mundo. Sus sueños de gloria no se detienen ni siquiera ante la muerte de Jesús, que ya dan por descontada. Es el deseo de poder y de acaparar los puestos de honor lo que ocupa sus mentes.
Santiago y Juan, los dos hijos de Zebedeo, se presentan a Jesús y, delante de todos, sin un mínimo de discreción, le dicen: “¡Queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir!”. Recuerdan que Jesús habló del día en que “venga con la gloria de su Padre y acompañado de sus santos ángeles”. Han borrado de su memoria todo el resto del discurso del Maestro, pero no la palabra gloria, usada por Jesús una sola vez; ésta sí se les ha quedado grabada, y la han conectado con la enseñanza de los rabinos quienes, refiriéndose al Mesías, aseguraban que “se sentará en el trono de la gloria” para juzgar y a su lado se sentarán los justos.
Cuando Marcos escribió este texto, las cosas habían cambiado radicalmente: Santiago ya había dado su vida por Cristo, muerto mártir en Jerusalén y Juan estaba entregado generosamente a la causa del Evangelio; ambos mostraron, al final, haber comprendido la enseñanza del Maestro ganándose una inmensa veneración en la primitiva comunidad cristiana.
Los dos hermanos no eran solamente discípulos sino dos figuras prominentes de la Iglesia primitiva y, sin embargo, frente a la propuesta central del mensaje cristiano, también ellos mostraron durante mucho tiempo una incomprensión total. Han dejado todo para seguirlo, pero cuando Jesús ha hablado de la renuncia al dominio, al poder, no lograron realmente entenderlo. El objetivo de Marcos es hacer reflexionar a los cristianos de su comunidad.
Incluso después de una persecución violenta, como la de Nerón, resurgía entre ellos la lucha por los primeros puestos. Los cristianos más ejemplares, más comprometidos, más disponibles para el servicio de los demás, los que participan activamente en todas las iniciativas de la comunidad son a menudo los más tentados de imponerse a los demás y su deseo ingenuo de sobresalir siempre termina creando desacuerdos. No es sorprendente que se produzcan estas manifestaciones de debilidad, de la que han sido víctimas incluso los más destacados de entre los apóstoles.
Jesús respeta su lentitud en la comprensión de los designios de Dios. Anuncia que, un día, ellos también compartirán su destino de sufrimiento y de muerte, beberán la misma copa, darán la propia vida.
La reacción indignada de los otros diez, muestra cómo ellos también están lejos de haber asimilado el pensamiento del Maestro, y he aquí el cisma dentro del grupo.
El severo mensaje posterior del Maestro va dirigido a todos los que quieran seguirle que deben considerarse el “siervo” de todos.
Hoy celebramos el Domingo de las Misiones y se nos recuerda que Cristo sufrió y murió por todos y resucitó de entre los muertos por todos. Todos los cristianos debemos ser misioneros y anunciar el perdón que trajo Jesús y la nueva vida que nos vino a dar.
Hoy toca rezar por la evangelización de los pueblos y apoyar a los misioneros, pero sobre todo toca tomar conciencia de que nuestra fe, además de transformarnos, tiene que ser contagiosa e iluminar a los demás.
Jesús María Amatria CMF.