El amor a Cristo se manifiesta en la obediencia a su palabra
EVANGELIO: Juan 14, 23-29
Jesús, en el contexto de la última cena y del gran discurso de despedida, insiste en el vínculo más importante que debe existir siempre entre los/as discípulos/as y Él: el amor. Para el Evangelio de Juan, “mundo” significa lo que se opone al plan o querer de Dios y, por tanto, rechaza abiertamente a Jesús. Por eso, Jesús se está manifestando a un reducido número de personas, que deben ir conociendo y amando a su Maestro y su propuesta, con el fin de ser luz para el “mundo”, pues su mensaje, su proyecto del Reino, son para el mundo. Y el primer medio que garantiza la continuidad de la persona y de la obra de Jesús, encarnado en una comunidad al servicio del mundo, es el amor. Amor a Jesús y a su proyecto, porque aquí se habla de Jesús y del Reino como una realidad inseparable.
Seguir a Jesús, guardar su palabra como dice el texto de san Juan (vs. 23), es la prueba del amor del verdadero discípulo/a. El único camino al Padre. El acceso a Dios se hace posible sólo en Jesús: Jesús es la Palabra, el Hijo, la revelación de Dios (vs.24), en nuestra historia humana. Por eso, no hay otro camino a Dios sino el de “guardar su palabra”. Llegar al Padre es asunto de vida, de práctica. Se trata de una unión y un amor a la persona de Jesús que se expresa en la atención de su palabra, en el esfuerzo por poner en práctica el modo de vivir de Jesús.
Jesús sabe que no podrá estar por mucho tiempo acompañando a sus discípulos/as. Por eso les promete el Espíritu como la nueva forma de presencia suya en la historia humana. Enviado por el Padre, el Espíritu enseñará y hará posible el recuerdo de Jesús, de sus palabras y obras (14,26). A través del Espíritu podrán contar con la fuerza, la luz, el consuelo y la guía necesaria para mantenerse firmes y fieles cada día. El Espíritu Santo, alma y motor de su vida y de su propio proyecto, acompañará siempre al discípulo/a y a la comunidad. Esa confianza en la presencia del Espíritu de Dios entre nosotros da sentido al “testamento” y regalo de Jesús, el don de la paz: “mi paz les dejo, les doy mi paz” (v. 27). Se trata de la palabra hebrea “shalom”, que traducimos como “paz”. En la Sagrada Escritura y en el proyecto de vida cristiana la paz no es solo ausencia de armas y de violencia, sino que es ser honestos ante Dios y gozar de vida plena, digna y en armonía; un compromiso permanente para los seguidores de Jesús. “Paz” en la boca de Jesús expresa su deseo de que la vida en plenitud alcance a sus discípulos. Y eso sólo es posible si están llenos del Espíritu de Jesús, el Espíritu de la vida plena y, por tanto, el Espíritu de la Paz que nos permite no quedar presos del miedo y temor (vs. 28), frecuentes en el contexto en que vivimos. No se trata de negar nuestros sentimientos, sino más bien de vivir en la “paz-shalom-vida” del Espíritu de Jesús, y que el discípulo tiene que cultivar y buscar como un proyecto que permite hacer presente en el mundo la voluntad del Padre manifestada en Jesús. Quien ama está cumpliendo la voluntad del Padre. El mundo necesita el amor que Jesús propone para que Dios “haga morada” en él. Y donde hay amor verdadero, allí está Dios.
Fuente: Red Bíblica Claretiana (REBICLAR).