El verbo griego utilizado por (Lucas 14, 26). Es miseô, que nos exige “odiar” o “despreciar” incluso a la propia familia y a uno mismo a causa de Jesús. ¿Es esto posible? ¿Es recomendable? ¿Se puede exigir semejante conducta? El Evangelio no habla de “posponer” a los parientes, sino de “odiarlos”. Insistimos en la pregunta: ¿podemos imaginar que Jesús nos ponga en la disyuntiva de elegir entre el amor o el odio de nuestros padres o de nuestros hijos? ¿En qué cabeza cabe semejante conclusión?
No queda más solución que aceptar estas dos convicciones: 1) Dios, en Jesús, se encarnó en lo humano, es decir, se humanizó plenamente. 2) Nosotros somos humanos. Pero también llevamos inscrita en nuestra humanidad la deshumanización. Por eso nuestras relaciones con los demás, incluidas las relaciones de parentesco, son muchas veces tan inhumanas. De ahí, que la disyuntiva que plantea Jesús, no consiste en elegir entre el amor a Dios o el odio a lo humano, sino en elegir entre nuestra “humanidad deshumanizada” o la “humanidad plena”, que siempre encontramos en Jesús. Solo puede ser seguidor de Jesús quien es plenamente humano y, por eso, supera y vence toda posible deshumanización. Es discípulo de Jesús quien es capaz de promover una familia humana, construida desde la justicia y la solidaridad fraterna.
Si alguien solo piensa en sí mismo y en sus cosas, si vive solo para disfrutar de su bienestar, si se preocupa únicamente de sus intereses, que no se engañe, no puede ser discípulo de Jesús. Le falta libertad interior, coherencia y responsabilidad para tomarlo en serio.
En nuestra República Dominicana son muchos los que viven sin detenerse nunca en su camino. Jamás se paran para preguntarse por el sentido de su vida o para reflexionar sobre el rumbo que va tomando con el pasar de los años. No conocen la sabiduría de quien se retira de vez en cuando a la soledad o, simplemente, se recoge en su habitación para «meditar» su vida.
En el relato evangélico (Lc 14, 28-32), Jesús emplea dos imágenes: la del hombre que quiere construir una torre y la del rey que se ve obligado a afrontar a un enemigo que viene a su encuentro. En ambos casos, se repite lo mismo: los dos personajes «se sientan» a reflexionar sobre las exigencias, los riesgos y las fuerzas con que cuentan para enfrentarse sabiamente a su vida.
¿Por qué no «sentarnos» terminadas las vacaciones de verano, para reflexionar sobre la vida que reanudamos estos días? Esta reflexión nos ayudará a no dejamos arrastrar tan fácilmente por la rutina o el ajetreo de cada día. Compromisos, obligaciones, trabajos, todo tiene un sentido más humano cuando la persona vive esa suave vigilancia, que permite a la persona ser dueña de su vida, reacciones y sentimientos.
Necesitamos, tal vez, mirar y aceptar con verdad nuestro ser. Acoger con sencillez nuestra vida cotidiana sin perdernos en la agitación de cada día. Disponernos a cuidar lo importante: la confianza en Dios, el amor a las personas, el gozo de vivir, el trabajo bien hecho, la paz interior y el agradecimiento. Cuando en el corazón de la persona sigue viva la fe, estos momentos de reflexión sobre la vida se convierten muchas veces en oración sincera. Una oración de comunicación viva y espontánea con un Dios sentido como Padre y Amigo.
Las alegrías y los gozos de la vida llevan entonces al agradecimiento: «Mi corazón se alegra con tu salvación, cantaré al Señor por el bien que me hace» (Salmo 12). Los sufrimientos y problemas invitan a la invocación: «Me abandonan las fuerzas… Mi pena no se aparta de mí. No me abandones, Señor» (Salmo 37). En medio de la oscuridad está Él: «Señor, tú eres mi lámpara; Dios mío, tú alumbras mis tinieblas» (Salmo 17). En nuestra impotencia podemos contar con Él: «Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor cuida de mí» (Salmo 39).
Termino orando por ustedes: Dios Padre nuestro, que en Jesús te has acercado a nosotros y nos lo has propuesto como modelo y Camino: ayúdanos a escuchar su invitación a seguirle, y danos coraje y amor para dejar todo aquello que nos impida trabajar por su Causa. Amén.
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf, José Antonio Pagola y José María Castillo.