«DICHOSO EL QUE HA PUESTO SU CONFIANZA EN EL SEÑOR».
Apreciados amigos e hijos de Dios, nos encontramos en el VI domingo del tiempo ordinario que nos trae dos temas centrales: La confianza y la felicidad. Hoy más que nunca vemos en el mundo a tantos que sufren, que pasan hambre, que son pobres, que son excluidos, marginados y que nadie ve. ¿A quién de nosotros se le ocurre llamarlos dichosos o felices, sabiendo que pasan tantas necesidades?
El evangelio nos resalta la dimensión de nuestra vida con las “bienaventuranzas”, que podríamos ver cómo un poco fuertes, pero su sentido se centra en que Dios está al lado del que sufre. Éstas nos sirven de guía en nuestra vida cristiana. No se trata de alegrarse por ser pobres, por llorar o por estar hambrientos. Dios lo que siempre hace es acompañarnos aun en esos momentos. Pues él va a nuestro lado y se compadece de esos que tanto le necesitan; él nos brinda la esperanza de que, aun en medio de lo que se está viviendo, no te deja solo, no se aparta de ti y no te abandona a la suerte.
Jesús nos transmite un mensaje de esperanza y lo hace a través de una invitación a vivir el desprendimiento, la pobreza, el hambre y la sed de justicia como bienaventuranza. En la aflicción, el consuelo es lo único capaz de dar sentido al sufrimiento. Y así, la pobreza material se puede transformar en pobreza de corazón y en confianza a la voluntad del Padre. El hambre y sed de justicia, en la esperanza del cambio radical que trae la buena noticia.
Jesús no quiere que ninguno de sus hijos se pierda. Por eso nos habla de no dejarnos seducir por las riquezas, el odio y la violencia. Nos recuerda que no nos olvidemos de los más necesitados. Hoy en día son cada vez más los que lloran, los que sufren. Pero tú y yo no debemos darles la espalda, sino apoyarles y hacerles sentir acompañados.
Jesús en sus bienaventuranzas nos dice que un día no serán, así las cosas, sino que van a cambiar. Queriéndonos resaltar que Dios, con su justicia, puede cambiar todo; somos nosotros los que debemos solidarizarnos para ayudar y animar a nuestros hermanos. Jesús se dirige a todos, no solo a sus discípulos, da a conocer la felicidad que viene de Dios y presenta ese reino de Dios que ya ha llegado para transformar nuestra vida, nuestra persona y nuestra historia. No perdamos nuestra fe en ese que ha vuelto a la vida y nos trae esperanza aun en medio de lo que tú estás viviendo. No permitas que pase de largo.
Podemos notar también que este texto nos puede servir de luz, y son estas bienaventuranzas las que hacen posible ver a Dios. Ese que nos acompaña y nos anima a un mundo diferente; él quiere hoy estar en ti. Por eso ábrete al amor y a la confianza en ese Padre Dios. Estas bienaventuranzas son como un código de la transformación de Dios en la historia de la humanidad. A través de la ternura, la fidelidad, la compasión y el amor, es el camino que nos empuja a la historia de la salvación. Este código estaba dirigido a los discípulos y hoy a nosotros como seguidores de Cristo Jesús.
En el mundo encontramos egoísmo, violencia, rechazo, ambición, odio e incluso destrucción del planeta en que vivimos. Como lo estamos viviendo ahora. Aunque también nos encontramos con esos que trabajan y se entregan al proyecto de vida que Dios ha implementado en la tierra.
Cuando Jesús les narra a sus discípulos esta parábola, es por todo el sufrimiento que estaban viviendo sus seguidores; los que se habían decidido seguirle. Y que al mismo tiempo habían vivido durante su ministerio y su vida. Es aquí donde Jesús dirige su mensaje y expresa el dolor y el sufrimiento de la miseria humana por los sistemas injustos. Jesús ha hecho suya estas bienaventuranzas y las propone como camino para la fraternidad.
Él se opone aquellos que hacen alarde, de los que tienen una vida muy cómoda y creen tenerlo todo. Pero viven distraídos en las cosas de este mundo y muy alejados de Dios y de los demás. Y también oprimen y esclavizan al más necesitado. Hoy estas bienaventuranzas te inducen a un compromiso para tener presente el reino de Dios. Ser solidarios y misericordiosos, trabajar por la paz, la unidad, la reconciliación y también a mantenerte firme en la persecución.
Todos necesitamos hacernos pobres y salir de nuestros egoísmos para acercarnos a los demás. Reír con el que ríe, llorar con el que llora, experimentar la paz en medio del sufrimiento. Que con el apoyo que tú le des a tu hermano o aquel que sufre a tu lado, él pueda experimentar el amor que viene de Cristo Jesús.
Que este día yo pueda poner mi confianza en Dios y no me distraiga con las atracciones del mundo. Que sea ese Padre de amor que me fortalezca y me permita hacer mío ese reino, que con amor ha preparado para mí, donde todos serán felices, porque podrán contemplar su rostro en el cielo donde no hay dolor ni muerte sino alegría y gozo sin fin.
El señor te llama dichoso, porque de él son nuestros sufrimientos y hoy te pregunta:
¿Estarías tú dispuesto a renunciar a la riqueza que oprime y esclaviza? ¿Eres de los que hace suyo el problema de los demás, y eres capaz de ayudarle? ¿Por qué el Señor llama dichosos a los que sufren? ¿En medio de tus sufrimientos, eres capaz de tener al Señor presente en tu vida? Y que al analizar estas preguntas podamos descubrir que, a pesar de los sufrimientos, Dios se hace presente en nuestras vidas.
Señor que cada día ame más la pobreza material, pero que no se me quite el hambre de amar y estaré satisfecho siempre y saciado de toda hambre.
Terminemos orando:
«Jesús dijo a sus discípulos. Dichosos porque son pobres. Porque el reino de los cielos. Es dedicado a ustedes. Y el que haga su voluntad. Por hambre no se preocupen. Porque quedaran saciados. Ni tampoco porque lloren. Porque después reirán. Si me odian y me insultan. Ahí me lleno de gozo. Esas son las cosas buenas. Que a mí me pueden pasar. Si les insultan por Jesús. Reciban mucha alegría. Y también premio en el cielo. No quiero oír tantos “Ay”. Porque yo puedo llorar. Tampoco que no me alaben. Como los antepasados. Hacían a los profetas. Amén».
«No camines tan deprisa. Al paso será mejor. No camines acelerado. Porque puedes tropezar. El que camina despacio. Viene siempre en oración. Presenta toda intención. Y lo que se te ha pedido. Aunque vayas en el camino. Tú vas muy pendiente a Dios. Van caminando los dos. Hasta llegar a donde van. Así llegaran los dos. Al lugar donde está Dios. Amén».
«Cuánto les cuesta a mis hijos. Entregarse por entero. Por no dejar cuanto tienen. Y entregarse a mí. No saben que si lo hacen. Es una vida feliz. Me van a seguir a mí. Y van por un buen camino. Porque yo te he elegido. Para que cambie tu vida. La mía la di por ti. Y perdoné tus pecados. Tenías un corazón manchado. Con mi amor te lo limpié. Pero todos tus pecados. Fueron todos perdonados. Amén».
«Quiero que te encargues. De toda mi vida. Yo te entrego todo. A ti mi Señor. Tú eres mi Padre. Por eso te pido. Que tú estés conmigo. Dándome consuelo. Yo sé que me quieres. Es tanto el amor. Que tú me has dado. Lo llevo guardado. En mi corazón. Amén».
«Te he entrado en mi corazón. Porque te quiero cuidar. Y también te quiero entrar. En la profundo de mi alma. Por más que pierda la calma. A la paz tú volverás. Yo soy el que te la da. Pero tienes que cuidarla. Pídemela de verdad. Yo siempre te daré paz. Amén».
«Si supieras la alegría. Que tiene tú Dios querido. Cuando un hijo viene al cielo. Es porque va a estar conmigo. Fue que mi hijo en la tierra. Supo escoger buen camino. Por eso yo decidí. Que viniera a estar conmigo. Amén».
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf