Evangelio: Juan 15,9-17
Después de haber introducido la alegoría de la vid y los sarmientos, Jesús explica lo que sucede en aquellos que permanecen unidos a Él.
Fruto de esta unión con Cristo y con el Padre, y la observancia de sus mandamientos, es la plenitud de la alegría. Todavía persiste en muchos la creencia de que permanecer en Cristo equivale a renunciar a lo que nos hace felices. No es así. Jesús nos pone en guardia contra las alegrías vanas e ilusorias que nacen del egoísmo, de la búsqueda del placer a cualquier precio, pero nos pone ante los ojos la alegría auténtica que surge de la unión con Él y con el Padre. Esta alegría, la única verdadera y duradera, no se puede obtener sin pasar por dificultades y hasta dolor. Intentar caminos alternativos, escoger sendas fáciles y amplias significa perderse, alejarse de la meta.
Después Jesús declara: “Este es mi mandamiento: «Que se amen los unos a los otros como yo los he amado»”, como si se tratara de un solo mandamiento.
Ciertamente los mandamientos son muchos, pero sólo son aclaraciones de un solo mandamiento, el que Jesús ha practicado de manera perfecta: el amor a la persona humana. El bien al hombre debe ser el punto de referencia de todas las opciones morales, disposiciones, leyes, porque es la única manera que tenemos para mostrar nuestro amor a Dios: “Quien no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4,20).
La medida del amor al prójimo ha dejado de ser la del Antiguo Testamento: como a ti mismo, sino: como yo los he amado. Y con esta expresión, Jesús se refiere al amor inmenso que Él ha manifestado en la cruz.
Jesús da la razón por la que no llama siervos sino amigos a sus discípulos. El siervo sólo está comprometido exteriormente en el proyecto de su dueño, es un ejecutor de las órdenes y tareas que le son encomendadas. El amigo, en cambio, es un confidente; es aquel con el que tiene una comunión de vida, de proyectos y de intenciones. El amigo es feliz cuando puede hacer un favor a un ser querido; no le oculta nada; no pide una compensación por el servicio prestado.
Jesús llama “amigos” a sus discípulos porque a ellos les ha revelado el Proyecto del Padre y los ha llamado a colaborar con Él en su realización.
La comunidad cristiana se compone de “amigos”. Se excluyen las relaciones superior-súbdito; dueño-esclavo; maestro-discípulo. Todos sus miembros están en el mismo nivel y gozan de igual dignidad. Después de haber lavado los pies a los apóstoles, Jesús admite ser “Maestro” y “Señor”, pero da un significado completamente nuevo a estos títulos: “El primero” –aquel que es “grande” en la comunidad– es el que lava los pies al último. No hay lugar para los que, en lugar de servir, aspiran a posiciones de prestigio y honor.
Jesús se dirige directamente a los miembros de la comunidad cristiana por un claro motivo; antes de hablar de amor y de paz a los demás, es necesario cultivar el amor y la paz en nuestra comunidad parroquial. Sólo una comunidad cuyos miembros hacen una experiencia viva y profunda de la acogida, de tolerancia, de perdón, de servicio mutuo y de compartir los bienes, puede anunciar al mundo la fraternidad y la paz.
- Jesús María Amatria, CMF.