Lo encuentra… Y lleno de alegría va a vender todo…
Jesús trataba de comunicar a la gente su experiencia de Dios y su gran proyecto de ir haciendo un mundo más digno y dichoso para todos. No siempre lograba despertar entusiasmo. Estaban demasiado acostumbrados a oír hablar de un Dios sólo preocupado por la Ley, el cumplimiento del sábado o los sacrificios del Templo. Él estaba comunicando su experiencia de Dios: lo que había transformado por entero su vida. ¿Tendrá razón? ¿Será esto seguirle?, ¿encontrar lo esencial, tener la inmensa fortuna de hallar lo que el ser humano está anhelando desde siempre?
El evangelio recoge dos breves parábolas de Jesús con un mismo mensaje. En el primer relato, un labrador «encuentra» un tesoro escondido en el campo. En el segundo relato, un comerciante en perlas finas «encuentra» una perla de gran valor. Y los dos reaccionan del mismo modo: venden con alegría y decisión lo que tienen, y se hacen con el tesoro o la perla.
Algo así sucede con el «reino de Dios» escondido en Jesús, su mensaje y su actuación. Ese Dios resulta tan atractivo, inesperado y sorprendente que quien lo encuentra, se siente tocado en lo más hondo de su ser. Ya nada puede ser como antes.
La primera parábola compara el reinado de Dios con un tesoro tan valioso, que seduce a tantos y produce tanta alegría, que el que lo encuentra olvida todo lo que tiene, lo abandona todo y ve en eso lo único que vale la pena en este mundo. Así, quien encuentra a Jesús y su mensaje, cambia radicalmente su vida.
A nuestra religión le falta el “atractivo de Dios”. Muchos cristianos se relacionan con él por obligación, por miedo, por costumbre, por deber…, pero no porque se sientan atraídos por él. Tarde o temprano pueden terminar abandonando esa religión. A muchos cristianos se les ha presentado una imagen tan deformada de Dios y de la relación que podemos vivir con él, que la experiencia religiosa les resulta inaceptable e incluso insoportable. No pocas personas están abandonando en este tiempo de pandemia a Dios, porque no pueden vivir ya por más tiempo en un clima religioso insano, impregnado de culpas, amenazas, prohibiciones o castigos.
Lo mismo hay que decir de la perla. ¿Qué pueden expresar el “tesoro” y la “perla”? solamente lo que más llena a los humanos: un ámbito y un ambiente de respeto, tolerancia, estima, cariño, y seguridad, inherentes a la condición humana.
Los dos protagonistas de las parábolas toman la misma decisión: «venden todo lo que tienen». Nada es más importante que «buscar el reino de Dios y su justicia». Todo lo demás viene después, es relativo y debe quedar subordinado al proyecto de Dios.
Jesús teme que la gente le siga por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e importante: ese proyecto apasionante del Padre, que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva en Dios.
El Papa Francisco nos está diciendo que “el reino de Dios nos reclama”. Este grito nos llega desde el corazón mismo del Evangelio. Lo hemos de escuchar. La decisión más importante en la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas de hoy, es la de recuperar el proyecto del reino de Dios con alegría y entusiasmo.
Nuestra cultura dominicana nos lleva a una forma difusa y descentrada de vivir que casi no registra paralelo en la historia. Se hacen muchas cosas a la vez… Somos consumidores con la boca siempre abierta, ansiosos y dispuestos a tragarlo todo… Esta falta de concentración se manifiesta en nuestra dificultad para estar a solas con nosotros mismos. Es en nuestra cultura de crisis donde Jesús nos llama a escuchar y ahondar en nuestra existencia, para encontrar ese “tesoro escondido” que puede transformar nuestra vida. Necesitamos tres cosas urgentes en este tiempo de pandemia: «Huir de la dispersión, vivir desde dentro y recuperar la paz interior».
Para evitar la dispersión: No dejarnos desbordar por el diluvio de informaciones negativas que cae sobre nosotros día a día. Resistirnos a ser juguete de tantos estímulos, imágenes e impresiones que pueden arrastrarnos de un lado para otro y destruir nuestra armonía interior. La dispersión sólo se supera cuando uno vive enraizado en las grandes convicciones que dan sentido a su vida. Es aquí donde el creyente descubre el poder unificador de la fe en Dios y la importancia de la experiencia religiosa para adquirir una consistencia interior.
Para vivir desde dentro: Sólo entonces encontramos nuestra propia verdad; cada pieza de nuestro «puzzle» interior se va colocando en su sitio y aflora nuestro verdadero rostro. Sólo entonces nos relacionamos con las personas desde nuestro verdadero ser, sin proyectar sobre ellas nuestras ilusiones, frustraciones o tentaciones de dominio. Naturalmente, también esto exige disciplina. Es necesario vivir de manera consciente cada una de nuestras actividades. Estar «aquí y ahora» en cada momento del día. Es entonces cuando el creyente descubre y experimenta la hondura que proporciona a la existencia el vivir la vida ante Dios.
Y para vivir con sosiego interior: Sabiendo que la paz del corazón no se puede comprar con dinero; muchas personas que lo tienen casi todo, no saben cómo adquirirla. La serenidad del corazón sólo llega cuando limpiamos nuestro interior de miedos, culpabilidades y conflictos. Tal vez uno de los mayores regalos de la vida, a veces tan dura e inhóspita, es el poder experimentar a Dios como fuente de verdad última, de paz interior y descanso verdadero. Quien sabe estar así ante Dios, aunque sea de vez en cuando, «bebiendo sabiduría, amor y sabor» (S. Juan de la Cruz), encuentra «un tesoro escondido».
Por eso Señor, hazme bueno; un alma desprendida, tranquila, apacible, caritativa, benévola, tierna y compasiva. Que tenga en todas mis acciones y en todas mis palabras y en todos mis pensamientos, el gusto de tu Espíritu santo y bendito».
Fuentes: Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf, José Antonio Pagola y José María Castillo.