«NO SÓLO DE PAN VIVE EL HOMBRE»
Apreciados hijos amados de Dios, hoy nos encontramos en el primer domingo de cuaresma y es un buen momento para dejar de ser yo el centro de todo, para poner a Dios y al prójimo en el centro de nuestra vida. Hoy nos encontramos con Jesús, quien es tentado en el desierto y es capaz de mostrarnos desde allí su confianza en el Señor, ponemos atención solo en el Padre.
El mundo de hoy vive un desierto; cuántas tentaciones padece, que muchas veces lo hacen apartarse de Dios. Y son tantas las situaciones que lo apartan de la gracia, que muchas veces no le damos chance a Dios para que actúe en nosotros. Hoy sería bueno que nos preguntáramos: ¿Cuál es esa tentación que no te permite vivir en paz a ti y no te permite vivir en paz con Dios? Son innumerables las tentaciones y se pueden mencionar algunas de ellas. Están la mentira, la ambición, la avaricia, la envidia entre otras.
Pero hoy se nos invita a enfrentar y no dar paso a que este tipo de tentaciones entren en nuestras vidas. Alejamos así al de la oscuridad y damos un testimonio vivo de que podemos vencer esas tentaciones. Al igual que Jesús, nosotros lo podemos hacer. Y en este tiempo de cuaresma se nos han dejado tres formas claves que nos podrían ayudar a través de la ORACIÓN fervorosa e incansable, el AYUNO y por qué no, de la abstinencia.
Jesús también inició este tiempo con esto. Él prefirió poner a Dios en el centro de sus preocupaciones. Por eso es por lo que este tiempo de cuaresma, junto a todo lo que nos ofrece, nos ayuda a colocar a Dios en el lugar que le corresponde. Cuando Dios deja de ser el centro de nuestras preocupaciones, nos colocamos irremediablemente en manos de los ídolos. Como son el tener, el poder y el placer.
No hemos sido creados para sufrir, pero tampoco para vivir fácilmente. Y en este tiempo, Jesús con su combate nos puede ayudar a salir victoriosos. Él nos ayuda con su ejemplo a despojarnos de todo lo que nos impide ser libres y compartir lo que somos y tenemos con los demás.
Ya en el Evangelio se resalta la acción del espíritu en la vida de Jesús. Él se dejó conducir por el espíritu a todas partes, incluso al desierto, para preparar su misión. Jesús pasó 40 días en el desierto con el objetivo de encontrarse con Dios, lejos de todos los ruidos que pudieran distraerle. Pero allí recibe su primera tentación provocada por el diablo, quien trató de apartar a Jesús de su refugio, es decir, de su Padre Dios.
Su primer ataque fue con estas palabras: “Si eres el hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan”. Él fue capaz de afrontar este momento agarrándose fuertemente al Padre. Él no entró en dialogo con el tentador, se limitó a responder unas palabras del Deuteronomio: “No solo de pan vive el hombre”. Jesús, en su paso por esta tierra, tomó como primer alimento hacer la voluntad del Padre, afianzó su vida siempre, en ese que todo lo puede.
En otro momento, aquel que divide, mostrándole todos los reinos de la tierra, vuelve a tentar a Jesús. Pero también ésta fue enfrentada por Jesús con otras palabras sabias: “Solo al Señor tú Dios adorarás y a él sólo darás culto”. Él sigue adelante confiando en ese que todo lo puede, su Dios, en quien, también nosotros debemos confiar, colocando todo en sus manos. Y alejarnos de toda clase de idolatría. No importa cuantas veces el diablo nos quiera atacar, si confiamos en Dios tendremos las palabras correctas para poderlas afrontar.
Jesús nuevamente es colocado en lo alto del templo para que se lance, pero él utiliza palabras sabias. Él tiene la certeza de que pase lo que pase, nuestro Padre Dios seguirá siendo su único refugio y él no lo va a abandonar; aquí el deja claro que no hay que exigir a Dios pruebas de su presencia ni de su protección. Vemos como Jesús, ante cada tentación, deja que de su corazón y de sus labios broten las palabras oportunas que le ayudaron a vencer su tentación.
Este evangelio termina diciendo que, acabada la tentación, el diablo se marchó hasta otra ocasión. Nosotros también podemos ser tentados en muchas ocasiones, pero debemos de confiar en nuestro Padre Dios, quien nos ayuda a librar todas nuestras batallas y a salir airosos en cada una de ellas.
En este tiempo de cuaresma se nos invita a la conversión. Y, ¿qué implica la conversión en este tiempo? Implica un cambio, muchas veces radical, en nuestra realidad, pero que también implica una apertura de mente y corazón a una nueva realidad. Donde se relacionen también el bienestar de nuestros hermanos. Donde le demos paso al amor. Amor como donación solidaria y que provoca un bien en el prójimo.
Por eso es por lo que el reino de Dios exige conversión y fe. Porque en la mentalidad mundana entran el individualismo, el egoísmo y la búsqueda del propio bien. Incluso a costa del bien del otro. Y nada de esto tiene lugar en el reino de Dios, ya que este es para los que creen, viven y aman de otra manera. Por eso es necesaria la conversión.
Necesitamos creer en la buena noticia que trae Jesús; si nos damos cuenta notamos que en cuaresma se nota un poco más la tristeza en la gente; no sé si es por los sacrificios, pecados y sufrimientos. Pero yo me pregunto ¿Pero no hay buenas noticias para estar alegres, para vivir feliz? Porque aún en este tiempo podemos mirar a nuestro alrededor y alegrarnos por el simple hecho de estar vivos, ver la naturaleza, respirar, de sentirnos amados. Son motivos para ser agradecidos.
Recordemos que ayuno, oración y limosna no tienen que ver con posturas externas, sino con una disposición interna y una disposición del corazón que se anima a poner por obra todo lo que piensa y dice. Es vivir con coherencia y sentido de que la mejor noticia que podemos recibir en nuestra vida es Jesús, aun en medio de esta guerra que hoy se está viviendo. Él es la buena noticia y a quien hoy celebramos en medio de la eucaristía y la cual tenemos que anunciar.
También nos encontramos con esa buena noticia en medio del desierto, que nos permite vivir más a profundidad ese encuentro personal con nuestro Padre de amor. Es donde debemos de luchar por mantenernos en el camino correcto, en especial en este tiempo.
Pidamos a nuestro Padre Dios que nos conceda la gracia de siempre confiar en él. Y que podamos depositar nuestra vida en sus manos para que en todos los acontecimientos de nuestro día a día, los afrontemos con confianza y de esta manera el Padre nos ayudará a no caer en las tentaciones. Que, durante este tiempo de cuaresma, él nos ayude a vencer todas esas tentaciones que no nos permiten encontrarnos con él. Que también en este tiempo nos podamos convertir en anunciadores del reino, vivir con alegría el reino de paz, de justicia, de amor, de libertad y de verdad.
Terminemos orando.
«Siempre hijo mío. Quiero que me alabes. Quiero que me ames. Siempre hijo mío. Que toda tu vida. La entregues al Señor. Dios te cuidará. Y te llevará. En su corazón. Cuando estás orando. Yo estoy contigo. Que nunca te falte. El amor más grande. De quien más te quiere. Y quien es tu amigo. Amén».
«Si yo estoy seguro. De ti mi Señor. No hay tentación. Que podrá vencerme. Pues cuenta conmigo. Jesús mi Señor. Que en tu corazón. Tú me vas a entrar. Estaré guardado. Muy dentro de ti. Tú cuidas de mí. Es porque me amas. Con toda mi vida. Con toda mi alma. Siempre te he cuidado. Mi hijo querido. Estando conmigo. Nadie te hará daño. Amén».
«Abrázame siempre. Amado Señor. Con toda tu fuerza. De tu corazón. Nadie me ha querido. Como tú Dios mío. Cuando yo te llamo. Tú estás conmigo. Mi mejor amigo. Eres tú Señor. Hoy dame tu mano. Yo te doy la mía. Si andas conmigo. No te perderías. Así llegarías. Al cielo hijo mío. Para que tú goces. Por toda la vida. Amén».
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf