A la puerta de la casa. Jesús ha liberado a un hombre, poseído por un espíritu maligno, en la sinagoga de Cafarnaún. Sale de la «sinagoga» y marcha a «la casa» de Simón y Andrés. La vida crece donde está Jesús. En su narración, Marcos nos hace encontrar con ese Jesús que cura a los enfermos, que acoge a los desvalidos, que sana a los enajenados y que perdona a los pecadores.
«Se acercó». Lo primero que hace Jesús es acercarse a los que sufren, mirar su rostro y compartir su sufrimiento. Luego «la cogió de la mano»: toca a la enferma, sin temor a las reglas que lo prohíben; para transmitir a la mujer su fuerza curadora. Entonces «la levantó», la puso de pie, le devolvió la dignidad. Jesús está siempre en medio de los suyos: como mano tendida que nos levanta, como amigo cercano que nos infunde vida. Jesús solo sabe servir, no ser servido. También la mujer curada por él se pone a «servir» a todos. Lo ha aprendido de Jesús. Así han de vivir sus seguidores, acogiéndose y cuidándose unos a otros, no de espaldas al sufrimiento de los demás.
Luego, «al ponerse el sol», cuando ha terminado el sábado, le llevan a Jesús toda clase de enfermos y poseídos por algún mal. Al llegar la oscuridad de la noche, la población entera, con sus enfermos, «se agolpa a la puerta». Los que sufren buscan la puerta de esa casa donde está Jesús. La Iglesia solo atrae verdaderamente, cuando el que sufre descubre en ella a Jesús curando la vida y aliviando el sufrimiento. Hay mucha gente sufriendo a la puerta de nuestras comunidades.
Aliviar. Una de las experiencias más duras del ser humano es la enfermedad. No sólo padece el enfermo. Sufren también su familia, los seres queridos y los que le atienden. ¿Qué hacer cuando ya la ciencia no puede detener lo inevitable? ¿Cómo ayudar a quien está gravemente enfermo?
Lo primero es acercarse. Hay que estar cerca, sin prisas, con discreción y respeto para poder ayudarle a luchar contra el dolor y darle fuerza para que colabore; acompañarlo en las diversas etapas de la enfermedad y en los diferentes estados de ánimo, tener paciencia y permanecer junto a él. Es importante escuchar. Que el enfermo pueda desahogarse y compartir lo que lleva dentro: las esperanzas frustradas, sus quejas y miedos, su angustia ante el futuro. Escuchar requiere ponerse en el lugar del que sufre y estar atento a lo que nos dice con sus palabras, sus silencios, gestos y miradas, Acoger las reacciones del enfermo sin dar consejos, razones o explicaciones doctas. Sólo la comprensión de quien acompaña con cariño y respeto, alivia.
Animarle a adoptar actitudes sanas y positivas, para ayudarlo a confiar y colaborar con los que le atienden, y no encerrarse solo en sus problemas, para tenerse paciencia o para ser agradecido. El enfermo puede necesitar también reconciliarse consigo mismo, curar las heridas del pasado, darle un sentido más hondo a su dolor y purificar su relación con Dios. El creyente le puede ayudar a orar, a vivir con paz interior, a creer en el perdón y a confiar en su amor salvador.
Oración. Te damos gracias, Padre nuestro, por la ternura de Jesús al acercarse a los enfermos y a los pobres. Que la oración nos ayude, como a Jesús, a vivir permanentemente la cercanía, el amor gratuito y la misericordia. Amén.
Juan Andrés Hidalgo Lora, CMF.
Párroco.