Amigo de los excluidos. Jesús era muy sensible al sufrimiento de los marginados por la sociedad, los olvidados por la religión o rechazados por sectores considerados como superiores moral o religiosamente. Sabe que Dios no discrimina a nadie. No es solo de los buenos. Acoge y bendice a todos. Solía madrugar para orar y contemplaba como “Dios hace salir su sol sobre buenos y malos”.
Marcos nos relata la curación de un leproso, destacando esa predilección de Jesús por los excluidos: atravesando una región solitaria, se le acerca un leproso. Vive en soledad, su piel muestra la marca de su exclusión. Las leyes lo condenan a vivir apartado de todos. Es un ser impuro.
De rodillas, el leproso hace a Jesús una súplica humilde. No le habla de enfermedad. Se siente sucio. Quiere verse limpio de todo estigma: «Si quieres, puedes limpiarme». Aquel hombre representa la soledad y la desesperación de tantos estigmatizados. Jesús se conmueve, «extiende su mano» «lo toca» y le dice: «Quiero. Queda limpio».
Siempre que discriminamos a diferentes grupos humanos (vagabundos, prostitutas, toxicómanos, psicóticos, inmigrantes, homosexuales…) o los excluimos de la convivencia negándoles nuestra acogida, nos estamos alejando gravemente de Jesús.
Leproso: En la sociedad judía el leproso no era sólo un enfermo. Era ante todo, un peligro. Un ser estigmatizado, sin sitio en la sociedad, sin acogida en ninguna parte, excluido de la vida. El viejo libro del Levítico lo decía en términos claros:
«El leproso llevará las vestiduras rasgadas y la cabeza desgreñada… Irá avisando a gritos: “Impuro, impuro“. Mientras le dura la lepra será impuro. Vivirá aislado y habitará fuera del poblado». (Lev. 13, 45-46).
La sociedad debía excluir a los leprosos. Era lo mejor para todos. Una postura firme de exclusión y rechazo. Jesús se rebela ante esta situación.
Extender nuestra mano. La felicidad sólo es posible donde nos sentimos acogidos y aceptados. Donde falta acogida, falta vida, nuestro ser se paraliza, la creatividad se atrofia: Una «sociedad cerrada es una sociedad sin futuro. Una sociedad que mata la esperanza de vida de los marginados y que finalmente se hunde a sí misma» (J. Moltmann).
Hay muchos factores que invitan hoy a las personas a vivir en círculos cerrados y exclusivistas. En una sociedad en la que crece la inseguridad, la indiferencia y la agresividad, es explicable que tratemos de asegurar «nuestra pequeña felicidad» junto a los que sentimos iguales. Las personas que son como nosotros, que piensan y quieren lo mismo que nosotros, nos dan seguridad. En cambio, las personas que son diferentes, que piensan, sienten y quieren de manera distinta de nosotros, nos producen temor e inseguridad. Todos vivimos «a la defensiva», Nos excluimos mutuamente, cada vez más incapaces de romper distancias y adoptar una postura de amistad abierta hacia la otra persona. Nos acostumbramos a solo aceptar a los más cercanos. A los demás los toleramos, o los miramos con indiferencia, si no es con recelo o repulsa.
El gesto de Jesús cobra especial actualidad para nosotros. Jesús no sólo limpia y sana al leproso. Extiende la mano y lo toca, rompe con los prejuicios, tabúes, temores y fronteras de aislamiento y marginación, que los excluían de la convivencia en la sociedad judía. Los creyentes somos llamados a aportar amistad abierta a los marginados de nuestra sociedad. Son muchos los que necesitan la ayuda de una mano extendida que llegue a tocarlos.
Oración: Te damos gracias, Padre nuestro, por Jesús, que llamó a su casa y a su mesa a marginados y excluidos. Al despedirnos hoy, sabemos que llevamos con nosotros ese mismo compromiso de vida y de inclusión. Amén.
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf.
Párroco