El atractivo de Jesús. Unos peregrinos griegos llegan a celebrar la Pascua de los judíos, se acercan y le piden a Felipe: «Queremos ver a Jesús». Expresan el profundo deseo de conocer el misterio en aquel hombre de Dios.
Dentro de poco Jesús será crucificado y al comunicarle este deseo, pronuncia palabras desconcertantes: «Llega la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre». Cuando sea crucificado, todos podrán ver claramente dónde está su verdadera grandeza y su gloria: en su increíble amor a todos. El amor invisible que solo podemos vislumbrar en los gestos, los signos y la entrega de quien nos quiere bien. Empezamos a ser cristianos, cuando nos sentimos atraídos por Jesús, y empezamos a entender algo de la fe, cuando nos sentimos amados por Dios.
Quien vive exclusivamente para su bienestar, su dinero, su éxito o seguridad, vive una vida mediocre y estéril; no contribuye a hacer la vida más humana. Quien se arriesga a vivir en actitud abierta y generosa, difunde vida, irradia alegría, ayuda a vivir. No hay una manera más apasionante de vivir que hacer la vida de los demás más humana y llevadera. Seguir a Jesús implica ser atraídos por su estilo de vida. Una Iglesia «atraída» por el Crucificado, estaría impulsada por el deseo de «servirle» sólo a él y ocupada en las cosas en que se ocupaba él. Sería una Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús.
Ante la Enfermedad. Nuestros oídos no están habituados a escuchar estas palabras de Jesús: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». Pensamos que lo único realmente positivo en nuestra vida es la salud, el éxito, lo agradable, lo que nos sale bien. ¿Qué pueden aportar de bueno y positivo a nuestra existencia la enfermedad, el sufrimiento, la desgracia o el fracaso?
La enfermedad se nos presenta como algo totalmente malo y negativo. Una fatalidad absurda e injusta que nos ataca de pronto, echando por tierra todos nuestros proyectos. Los científicos nos advierten que la enfermedad no es siempre algo dañoso. Puede ser también una sabia reacción del organismo dando señales de alarma para que la persona se cure de heridas y conflictos profundos, y reoriente su vida de manera más sana. En cualquier caso, la enfermedad puede ser una experiencia de crecimiento y renovación si el enfermo acierta a vivirla de manera positiva:
La enfermedad grave rompe nuestra seguridad. (Lo digo por experiencia) Vivíamos tranquilos y sin problemas, y de pronto nos vemos obligados a dejar el trabajo, detener nuestra vida y permanecer en el lecho. Entonces llegan las preguntas: ¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Me curaré? ¿Podré hacer de nuevo mi vida de siempre? Al enfermar, comprobamos que nuestra vida es frágil y está siempre amenazada. Si estamos atentos, escucharemos cómo la enfermedad nos invita a apoyarnos en algo o alguien más fuerte y seguro que nosotros. Al mismo tiempo, en esas largas horas de silencio y dolor, el enfermo comienza a revivir recuerdos gozosos y experiencias negativas, deseos insatisfechos, errores y pecados. Y surgen de nuevo las preguntas: ¿Y esto ha sido todo? ¿Para qué he vivido hasta ahora? ¿Qué sentido tiene vivir así? Es el momento de reconciliarse con uno mismo y con Dios, confesar los errores del pasado y acoger en nosotros la paz y el perdón.
La enfermedad también nos ayuda a abrir los ojos y ver con más lucidez el futuro. Al caer las falsas ilusiones, se empieza a descubrir lo que de verdad es importante en la vida, lo que no quisiera perder nunca: el amor de las personas, la libertad, la paz del corazón, la esperanza. Es momento de reorientar nuestra vida de manera más humana. Intuimos que nos irá mejor. Pasarán los días y las noches. El organismo se curará o, tal vez, caerá en un proceso incurable. Pero siguiendo a Cristo, más de uno podrá descubrir que el grano que muere da fruto, que el sufrimiento purifica y la enfermedad puede conducir a una vida más sana.
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf.
Párroco