Dios ama el mundo. Esta afirmación recoge el núcleo esencial de la fe cristiana. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único». Este amor de Dios es origen y fundamento de nuestra esperanza. Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados.
Primero. Jesús es ante todo, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo, no sólo a los cristianos. Quien se acerca a Jesucristo como el gran regalo de Dios, puede ir descubriendo en todos sus gestos, con emoción y gozo, la cercanía de Dios a todo ser humano.
Segundo. La razón de ser de la Iglesia, lo que justifica su presencia en el mundo, es recordar el amor de Dios. Lo ha subrayado el Vaticano II: La Iglesia «es enviada por Cristo a manifestar y comunicar el amor de Dios a todos los hombres». Nada hay más importante.
Tercero. Según el evangelista Juan, Dios hace al mundo el gran regalo que es Jesús, «no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Es muy peligroso hacer de la denuncia y la condena del mundo moderno, todo un programa pastoral. Sólo con el corazón lleno de amor a todos, es que podemos llamarnos al cambio. Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús. ¿Para qué sirven los discursos de teólogos, moralistas, predicadores y catequistas, si no despiertan la alabanza al Creador recordándonos que el mundo está envuelto por el amor de Dios?
Cuarto. En estos momentos, en que todo parece confuso, incierto y desalentador, en nuestra República Dominicana, nada nos impide a cada uno insertar un poco de amor en nuestro país. Podemos introducir entre nosotros amor, amistad, compasión, justicia, sensibilidad y ayuda a los que sufren… Es lo que hizo Jesús.
Preguntas elementales. El que realiza la verdad se acerca a la luz. Hoy son bastantes las personas que ya no aciertan a creer en nada. No es que rechacen a Dios. Es que no saben qué hacer para encontrarse con él. Surgen algunas preguntas elementales.
¿Hay que hacer algo para creer? Sí. No basta una actitud pasiva o frívola. Tampoco es suficiente “dejarse llevar” por la tradición religiosa de nuestros padres. ¿Qué hacer en concreto? Estar más atentos a los interrogantes, anhelos y llamadas que brotan constantemente de nuestro interior.
¿Se puede creer teniendo dudas? Sí. Para ser creyente no es necesario resolver todos los interrogantes y dudas que surgen en nuestro interior. Lo decisivo es buscar honestamente la verdad de Dios en nuestra vida. No es más creyente el que más habla de “los dogmas y la moral”, sino quien más se esfuerza por vivir en la verdad ante Dios.
Creer, ¿es sencillo o complicado? Creer es tan sencillo y, al mismo tiempo, tan complicado como lo es el vivir, amar o ser humano. Lo propio del creyente es no contentarse con vivir de cualquier manera esta vida, sino encontrar en su fe, el mejor estímulo y la mejor orientación para vivirla intensamente.
¿Se le puede obligar a uno a creer? No. A nadie se le puede forzar para que crea. Cada uno es responsable de su propia vida y del sentido que quiera dar a su vivir y a su morir. Lo que podemos hacer es dialogar entre nosotros, compartir, contrastar nuestras propias experiencias, y ayudarnos a ser siempre más humanos.
Creer, ¿no es cuestión de temperamentos? Hay personas que parecen “alérgicas” a todo lo religioso y otras que tienden a creer fácilmente en lo “invisible”. La sensibilidad y la estructura personal de cada uno pueden predisponer a adoptar una u otra actitud. La fe consiste en abrirse confiadamente al misterio de Dios, aunque cada uno lo haga desde su propio temperamento.
¿Hay algún método para aprender a creer? No hay métodos ni recetas para garantizar la fe. El aprendizaje de la fe exige unas actitudes de búsqueda y de honestidad; una voluntad de coherencia y fidelidad; la dedicación de un cierto tiempo. Todo aquel que se enfrenta a su vivir diario, desde una actitud de honestidad y verdad interior, no está lejos de la luz.
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf.
Párroco