Vigesimoséptimo Domingo en Tiempo Ordinario – Año C
Evangelio: Lucas 17,5-10
Los discípulos piden a Jesús que aumente su fe. Pero ¿Es posible que la fe crezca? Si consideramos la fe únicamente como la aprobación de una serie de verdades, la fe se tiene o no se tiene, creemos o no creemos.
Pero el creer no concierne solo a la mente, implica una opción, implica una confianza completa e incondicional en Cristo y una adhesión convencida a su plan de vida. Por eso la fe puede crecer o disminuir. El camino del seguimiento del Maestro es a veces más rápido, otras menos; a veces uno se cansa, frena y se detiene.
La petición de los apóstoles revela también una convicción y es que la fe no es un fruto del esfuerzo personal, de voluntarismo, sino un regalo de Dios.
Después de la petición, Jesús comienza a describir las maravillas que produce fe. La imagen que emplea nos resulta un poco rara para nuestra cultura. Habla de un árbol que podría ser milagrosamente desarraigado de la tierra. Mateo y Marcos no hablan de un árbol sino de una montaña que puede ser movida con fe. Sin embargo, el mensaje es el mismo y se puede resumir con las palabras pronunciadas por Jesús en otro contexto: “Todo es posible para el que cree”.
Después de la reflexión sobre la fe, el evangelista Lucas nos narra una parábola que nos deja un poco desilusionados. No es fácil entender por qué Jesús habló de esta manera y más cuando hemos leído no hace mucho que Jesús habla de una manera muy diferente: “Bienaventurados aquellos siervos a los cuales el maestro, a su regreso, los encontrará despiertos; les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los sentará a la mesa y les irá sirviendo” (Lc 12:37).
Pero no olvidemos lo Jesús pidió a sus discípulos durante la Última Cena: “Los reyes de las naciones paganas gobiernan sobre ellos como señores, y se hacen llamar benefactores. Ustedes no sean así, al contrario; el más importante entre ustedes compórtese como si fuera el último y el que manda como el que sirve. ¿Quién es mayor? ¿El que está a la mesa o el que sirve? ¿No lo es, acaso, el que está a la mesa? Pero yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lc 22,25-27).
Jesús nos cuenta esta parábola para corregir la manera engañosa de cómo los fariseos, también lo de hoy, entienden la relación con Dios.
Hoy también se puede creer en una religión de méritos. Al final de la vida, Dios premiará basado en el rendimiento de cada uno. Por eso es importante lograr el máximo número posible de buenas obras, oración, ayuno, limosna, sacrificios, prácticas religiosas y escrupulosa observancia de los mandamientos. Así tenemos derecho a una recompensa mayor.
Esta religión de méritos no es cristiana y además es perjudicial ya que deforma la relación con Dios. Quien la practica se pone en el centro de sus propios intereses, ayuda a los hermanos solo para mejorar su propia vida espiritual. Lo podríamos llamar consumismo espiritual.
. Jesús quiere que el discípulo deje de lado cualquier tipo de egoísmo, también el egoísmo espiritual. Hay que amar de manera incondicional y gratuita, como el Padre que está en el cielo.
Jesús quiere que entendamos que el bien no es el resultado de una persona, sino que es siempre un regalo gratuito de Dios. “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorias como si no lo hubieras recibido? Si lo has recibido, ¿por qué estás orgulloso de ello como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4,7).
Jesús María Amatria, CMF.