«Estén alegres y contentos, porque su recompensa será grande en el cielo».
Celebramos en este día la Fiesta de todos los Santos. Pero ¿Qué alcance tiene para el cristiano la fiesta de todos los santos? Estas cuestiones son eco de otras que me han dirigido muchos cristianos en un diálogo de discernimiento: Esta Fiesta nos da la oportunidad de reflexionar sobre el alcance de la Santidad en la vida, que no nos centre tanto en nuestras obras, sino en lo que Dios viene haciendo en nosotros. Santidad es “Comunión feliz entre todos los hijos de Dios”. Lo más importante de la vida cristiana es ser y no perder nunca la imagen de hijo de Dios, como hicieron y vivieron los santos.
Sean santos (buenos), como su Padre, que hacer salir el sol sobre buenos y malos (Mt, 5, 48; Lev 19,2). Y de cómo esa obra de Dios se manifiesta en cada uno. Por Amor, Dios crea un ser con capacidad de ser bueno y feliz con Él. El amor de Dios comienza a manifestarse en la creación. El Dios que es Amor, Comunión, y Entrega, encuentra su reflejo e imagen en la apertura, receptividad y capacidad del ser humano.
Por Amor Dios crea un ser que no puede estar sin Él, y sin los demás. Eso es santidad. Desde siempre, Dios ha creado al ser humano como ser de comunión y le ha llamado a responder al amor que le ha otorgado. Por amor Dios va más allá de la justicia. En Dios, la bondad es lo condicionante de todo su ser y obrar. Dios manifiesta su justicia no condenando, sino salvando. La verdadera santidad es una gracia, es la obra que Dios hace gratuitamente en mí. Una existencia vivida con mucha fe y mucha humanidad. Podemos decir, pues, que la santidad es Un camino de Bondad, Felicidad y Comunión que Dios realiza en nosotros. En realidad, un santo no es otra cosa que una buena persona.
Las bienaventuranzas son creativas, no cuantitativas. Son los puntos más determinantes con los cuales Jesús ha pretendido una nueva humanidad, un nuevo pueblo. Se proclaman bienaventurados por haber elegido lo que el mundo no elige, simplemente porque odia por haberse decidido por el sentido mejor de la vida. Se trata de una posibilidad de santidad que se debe vivir desde ahora, aquí en nuestra historia; no después de que todo haya acabado.
Todos experimentamos que la vida está sembrada de problemas y conflictos que en cualquier momento nos pueden hacer sufrir. Las Bienaventuranzas nos invitan a preguntarnos si tenemos la vida bien planteada o no, y nos urgen a eliminar programaciones equivocadas. ¿Qué sucedería en mi vida si yo acertara a vivir con un corazón más sencillo, sin tanto afán de posesión, con más limpieza interior, más atentos a los que sufren, con una confianza grande en un Dios que me ama de manera incondicional?
Jesús ha puesto nuestra «felicidad» cabeza abajo. Ha dado un vuelco total a nuestra manera de entender la vida y nos ha descubierto que estamos corriendo «en dirección contraria». La verdadera felicidad es algo que uno se la encuentra de paso, como fruto de un seguimiento sencillo y fiel a Jesús. Necesitamos amar, buscar la justicia, estar cerca del que sufre y aceptar el sufrimiento que sea necesario, creyendo en una felicidad más profunda. Uno se va haciendo creyente cuando va descubriendo prácticamente que el hombre es más feliz cuando ama, incluso sufriendo, que cuando no ama y por lo tanto no sufre por ello.
Confiar en el cielo es para mí, resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es sólo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad. Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que sólo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver llegar a su verdadera patria a los que vienen en las barcas.
Confiar en el cielo es para mí, acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor. No me resigno a que Dios sea para siempre un «Dios oculto», del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.
Hoy más que nunca vemos en el mundo a tantos que sufren, que pasan hambre, que son pobres, que son excluidos, que son marginados y que nadie ve. ¿A quién de nosotros se le ocurre llamarlos dichosos o felices, sabiendo que pasan tantas necesidades? Jesús en el evangelio nos transmite una esperanza y hace una invitación a vivir el desprendimiento, la pobreza, el hambre y la sed de justicia como bienaventuranzas. Así, la pobreza material se pueda transformar en pobreza de corazón y confianza a la voluntad del padre. La aflicción, en el consuelo único capaz de dar sentido al sufrimiento; el hambre y la sed de justicia, en esperanza del cambio radical que trae la buena noticia. Cabe notar que estas bienaventuranzas son como un código de la transformación de Dios en la historia de la humanidad, a través de la ternura, fidelidad, compasión, el amor y el camino que nos empuja a la historia de la salvación. Este código estaba dirigido a los discípulos y hoy a nosotros, como seguidores de Cristo Jesús.
En el mundo en que vivimos encontramos egoísmos, violencias, rechazos, ambición, odio, incluso destrucción del planeta en que vivimos y estamos viviendo ahora en este tiempo de encerramiento. Aunque también nos encontramos con esos que trabajan y se entregan al proyecto de vida que Dios ha implementado en la tierra.
Cuando Jesús nos narra o les dice a sus discípulos este tipo de parábolas, es por todo el sufrimiento que estaban viviendo cuando decidieron seguirle y que él mismo había vivido durante su ministerio y su vida. Es aquí donde Jesús dirige su mensaje y expresa el dolor y el sufrimiento de la miseria humana por sistemas injustos. Jesús ha hecho suya estas bienaventuranzas y las propone como camino para la fraternidad.
Él se opone a los que hacen alarde de tener una vida muy cómoda y creen tenerlo todo, pero viven distraídos en las cosas de este mundo y muy alejados de Dios y de los demás. Pero que también oprimen y esclavizan al más necesitado. Hoy estas bienaventuranzas te inducen a un compromiso para tener presente el reino de Dios. Ser solidario y misericordioso, trabajar por la paz, la unidad, la reconciliación, además de mantenerte firme en la persecución.
En definitiva, todos necesitamos hacernos pobres, saliendo de nuestro egoísmo para acercarnos a los demás. Reír con el que ríe, llorar con el que llora, experimentar la paz en medio del sufrimiento. Que con el apoyo que tú le des a tu hermano o aquel que sufre a tu lado, él pueda experimentar el amor que viene de Cristo Jesús.
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf y José Antonio Pagola.