El Arte de Escuchar. No tenemos tiempo para escuchar. Nos resulta difícil acercarnos en silencio, con calma y sin prejuicios al corazón del otro, para escuchar su mensaje. Encerrados en nuestros propios problemas, pasamos sin realmente detenernos a escuchar a nadie. A los cristianos se nos ha olvidado que ser creyente es vivir escuchando a Jesús. Más aún, cuando sólo desde esta escucha, nace la verdadera fe cristiana.
Según el evangelista Marcos, en la «montaña de la transfiguración», los discípulos asustados por las sombras de una nube, sólo escuchan estas palabras: «Este es mi Hijo amado: escúchenlo a él».
Si perseveramos en una escucha paciente y sincera, nuestra vida empieza a iluminarse con una luz nueva y comenzamos a ver todo con más claridad. Vamos descubriendo cuál es la manera más humana de enfrentarnos a los problemas de la vida y al misterio de la muerte. Nos damos cuenta de los grandes errores e infidelidades que solemos cometer. Debemos procurar más la escucha fiel a Jesús, en nuestras comunidades cristianas. Escucharle nos ayuda a curar de cegueras seculares, nos puede liberar de desalientos y cobardías, e infunde nuevo vigor a nuestra fe.
Miedo. El miedo es lo que más paraliza a los cristianos en el seguimiento fiel a Jesucristo. En la Iglesia hay pecado y debilidad, pero sobre todo, hay miedo a correr riesgos:
Miedo a lo nuevo, como si «conservar el pasado» garantizara la fidelidad al Evangelio. El concilio Vaticano II afirmó de manera rotunda que en la Iglesia ha de haber «una constante reforma» pues, «como institución humana, la necesita permanentemente».
Miedo de asumir las tensiones y conflictos que conlleva el buscar la fidelidad al Evangelio. Callamos cuando tendríamos que hablar; nos inhibimos cuando deberíamos intervenir.
Miedo de anteponer, a todo, la misericordia, olvidamos que la Iglesia no ha recibido el «ministerio del juicio y la condena», sino el «ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5, 18). Tememos acoger a los pecadores como lo hacía Jesús. Difícilmente se dirá de la Iglesia de hoy que es «amiga de pecadores», como se decía de su Maestro.
Según el relato evangélico, los discípulos caen por tierra «llenos de miedo». Da miedo escuchar sólo a Jesús. Es el mismo Jesús quien se acerca, los toca y les dice: «Levántense, no tengan miedo». Sólo el contacto vivo con Cristo nos puede liberar de tanto miedo.
Nueva Identidad. Para el cristiano, lo importante no es qué cosas cree, sino qué relación vive con Jesús. Las solas creencias, no cambian nuestra vida. Podemos creer que existe Dios, que Jesús ha resucitado y aun así, no ser un buen cristiano. La adhesión a Jesús y el contacto con él, es lo que nos puede transformar.
La escena se sitúa en una «montaña alta». Jesús está acompañado de dos personajes legendarios de la historia judía: Moisés, representante de la Ley, y Elías, el profeta más querido en Galilea. Sólo Jesús aparece con el rostro transfigurado. Creer en la tradición y en las instituciones no es lo decisivo, sino centrar nuestra vida en Jesús. Vivir una relación consciente, cada vez más vital y honda con Jesucristo. Sólo entonces se puede escuchar su voz en medio de la vida, en la tradición cristiana y en la Iglesia.
Esta comunión creciente con Jesús va transformando nuestra identidad y nuestros criterios, cambia gradualmente nuestra manera de ver la vida, liberándonos de imposiciones culturales y acrecentando nuestro sentido de responsabilidad. Desde Jesús podemos vivir de manera diferente. Ya nos interesan las personas y los problemas, no son asuntos de cada cual. El mundo no es un campo de batalla donde cada uno se defiende como puede. Nos empieza a doler el sufrimiento de los más indefensos. Podemos vivir cada día haciendo un mundo un poco más humano. Nos podemos parecer a Jesús.
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf.
Párroco