«SE DEJABA TENTAR POR SATANÁS, Y LOS ÁNGELES LE SERVÍAN».
Iniciamos este primer domingo de Cuaresma con el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, relatadas por el evangelista Marcos. Marcos nos dice que el Espíritu lo impulsó hacia el desierto. Se quedó allí cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Estas breves líneas son un resumen de las tentaciones o pruebas básicas vividas por Jesús hasta su ejecución en la cruz. La vida de Jesús no ha sido nada fácil ni tranquila. Ha vivido impulsado por el Espíritu, pero ha sentido en su propia carne las fuerzas del mal. Su entrega apasionada al proyecto de Dios le ha llevado a vivir una existencia desgarrada por conflictos y tensiones. De él hemos de aprender sus seguidores a vivir en tiempos de prueba.
En este breve evangelio aparecen cuatro temas: Las tentaciones, la Buena Noticia y la invitación a la conversión.
- “El Espíritu le empuja al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás” (Mc 1, 12-13).
- “Vivía entre alimañas y los ángeles le servían”.
- “Después de que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios” (Mc 1, 14).
- “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15). La respuesta a esta invitación se expresa en dos actitudes: conversión y fe.
¿Qué se vive en el desierto? No lo conduce a una vida cómoda. Lo lleva por caminos de pruebas, riesgos y tentaciones. Buscar el reino de Dios y su justicia, anunciar a Dios sin falsearlo; trabajar por un mundo más humano es siempre arriesgado. Lo fue para Jesús y lo será para sus seguidores. Este lugar inhóspito y nada acogedor es símbolo de pruebas y dificultades. El mejor lugar para aprender a vivir de lo esencial, pero también el más peligroso para quien queda abandonado a sus propias fuerzas.
Allí fue tentado por Satanás. ¿Qué significa Satanás? Satanás significa «el adversario, la fuerza hostil a Dios y a quienes trabajan por su reinado. En la tentación se descubre qué hay en nosotros de verdad o de mentira, de luz o de tinieblas, de fidelidad a Dios o de complicidad con la injusticia. A lo largo de su vida, Jesús se mantendrá vigilante para descubrir a «Satanás» en las circunstancias más inesperadas. Un día rechazará a Pedro con estas palabras: «Apártate de mí, Satanás, porque tus pensamientos no son los de Dios». Los tiempos de prueba los hemos de vivir como él, atentos a lo que nos puede desviar de Dios.
¿Qué significa que vivía entre alimañas y que los ángeles le servían? Si nos damos cuenta, las fieras, lo seres más violentos de la tierra, evocan los peligros que amenazarán a Jesús. Los ángeles, los seres más buenos de la creación, sugieren la cercanía de Dios, que lo bendice, cuida y sostiene. Así vivirá Jesús: defendiéndose de Antipas, al que llama «zorro», y buscando en la oración de la noche la fuerza del Padre. Hoy nosotros hemos de vivir estos tiempos de pandemia con los ojos fijos en Jesús. Es el Espíritu de Dios el que nos está empujando hacia el desierto. De esta crisis saldrá un día una Iglesia más humana y fiel a su Señor.
Según el evangelio más antiguo, Jesús «proclamaba esta Buena Noticia de Dios. Es un buen resumen del mensaje de Jesús: «Se avecina un tiempo nuevo». Dios no quiere dejamos solos frente a nuestros problemas y desafíos. Quiere construir junto a nosotros una vida más humana. Cambiar la manera de pensar y de actuar.
Y para Jesús el reino de Dios no es un sueño. Es el proyecto que Dios quiere llevar adelante en el mundo. El único objetivo que han de tener sus seguidores. Para esto es necesaria la conversión. Conversión significa tomar otra dirección, cambiar de rumbo, no quedarse donde se está y como se está, esforzarse en ser lo que se debe ser. De esta manera, la Fe es el lado positivo de la conversión, la apertura y disposición a escuchar y a fiarse en el Dios de la salvación.
Es bueno convertirse. Nos hace bien. Nos permite experimentar un modo nuevo de vivir, más sano, más gozoso. La conversión nos exigirá, sin duda, introducir cambios concretos en nuestra manera de actuar. Pero la conversión no consiste en esos cambios. Ella misma es el cambio. Convertirse es cambiar el corazón, adoptar una postura nueva en la vida, tomar una dirección más sana. La llamada a la conversión evoca casi siempre en nosotros, el recuerdo del esfuerzo exigente y el desgarrón propios de todo trabajo de renovación y purificación. Pero desde Jesús descubrimos la conversión como paso a una vida más plena y gratificante.
Y en este tiempo de tantos cambios, la suerte del creyente es poder vivir esta experiencia abriéndose confiadamente a Dios. Un Dios que se interesa por mí más que yo mismo, para resolver, no mis problemas, sino «el problema», esa vida mía mediocre y fallida que parece no tener solución. Un Dios que me entiende, me espera, me perdona y quiere verme vivir de manera más plena, gozosa y gratificante.
Para eso es necesario que nos hagamos estas preguntas: ¿es posible reaccionar cuando uno ha vivido muchos años sumido en la indiferencia y el desinterés?, ¿qué pasos se pueden dar para superar prejuicios, dudas e interrogantes?, ¿cómo creer sinceramente en Dios cuando uno se siente tan lejos de aquel «mundo religioso» que conoció de niño? Tal vez, lo primero es recordar que Dios no está lejos de nadie. Es bueno confiar en Él. Dios es el más interesado en que vivamos de manera más digna y dichosa.
En medio de este encerramiento, el ser humano está llamado a volver a empezar. Pues nunca estamos perdidos del todo. Podemos conocer de nuevo la alegría interior. Somos capaces de volver a amar con desinterés. Sin olvidar que estamos llamados a crecer en nuestra fe y desde ahí crear una vida más humana. Para esto solo es necesario escuchar la llamada del Dios vivo que está resonando ya en nuestro «hombre interior»; es decir, esa capacidad de escucha y de respuesta que llevamos todos en nosotros mismos, quizás sin sospechar que Dios es fuerza y alegría para el hombre. Que Dios es la mejor noticia que un hombre puede escuchar.
Que este tiempo de cuaresma lo vivamos en tres claves: La limosna, la oración y el ayuno. a) La limosna (relación con los demás), b) La oración (relación con Dios), c) El ayuno (relación consigo mismo).
Te invito a orar en torno a la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo: «Qué pesada Cruz la que yo cargué. Fue tanta la sangre que yo derramé. Lo hice por amor y fue por ustedes. Es que Dios no quiere que nadie se pierda. Miren a Jesús cómo lo azotaron. Nunca se quejaba todo destrozado. Lleno de dolor y era tanto amor. El que Dios sentía sabía que un día. De todo su dolor y su sufrimiento. Solo el amor me dio tanta fuerza. Los sigo amando a todos mis hijos. Porque lo que quiero es que estén conmigo. Amén».
Hoy más que nunca en este camino cuaresmal sigamos acompañando a Jesús con esta otra oración: «Si ofendes mi corazón. Junto al de mi hijo Jesús. No ofendas nunca a mi hijo. No lo claves en la cruz. Fue tanto lo que sufrió. No lo martirices tú. Mejor dale mucho amor. Que siempre eso es lo que quiero. Alaba a mi Jesús. y yo ruego por ustedes. Mis oraciones son grandes. Y siempre suben al cielo. Amén».
Fuentes: Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf y José Antonio Pagola.