«SI QUIERES, PUEDES LIMPIARME». LA LEPRA SE LE QUITÓ, Y QUEDÓ LIMPIO.
Jesús inició su ministerio público cuando abandonó Nazaret y su supuesta carpintería, encontrándose con el drama de la complejidad de la existencia humana y de las tramas de sus relaciones, y se indignó por algunas de las diversas situaciones que encontró. Una de ellas fue la que se nos narra en el Evangelio de este domingo: la de aquellos que son excluidos socialmente a causa de sus enfermedades y dolencias; el drama de los que son rechazados por tener el cuerpo llagado.
En el Antiguo Testamento las dolencias más graves, como en el caso de las enfermedades contagiosas, conllevaban además el estigma social del infame destierro y la severa prohibición de acercarse a los otros y a los núcleos poblados. El afectado por una enfermedad de esa naturaleza, como en el caso de la lepra, era, en esa visión, un maldito, alguien a quien Dios había rechazado por impuro.
En la sociedad judía el leproso no era sólo un enfermo. Era, antes que nada, un peligro. Un ser estigmatizado, sin sitio en la sociedad, sin acogida en ninguna parte, excluido de la vida. El viejo libro del Levítico lo decía en términos claros: «El leproso llevará las vestiduras rasgadas y la cabeza desgreñada… Irá avisando a gritos: “Impuro, impuro”. Mientras le dura la lepra será impuro. Vivirá aislado y habitará fuera del poblado». (Lev. 13, 45-46).
Quien fuera curado de una enfermedad como la lepra, tenía que presentarse al sacerdote para ser “reintegrado” a la comunidad de la alianza. Los leprosos son “muertos vivientes”, privados de toda vida de familia, de trabajo y de religión. El leproso cae de rodillas delante de Jesús. La narración sigue un proceso liberador, en el que se ponen de manifiesto las actitudes de los hombres y los pensamientos de Dios.
Apreciados hermanos, hoy se nos hace un llamado a la confianza y por ende a la fe. En medio de tantas lepras que deshumanizan, alejan y excluyen, hoy el Señor te pregunta: ¿Qué quieres qué haga por ti? ¿Qué aleje de ti las dudas, los miedos, los problemas y todo eso que nubla tu tranquilidad? Jesús era muy sensible al sufrimiento de quienes encontraba en su camino, marginados por la sociedad, olvidados por la religión o rechazados por los sectores que se consideraban superiores moral o religiosamente.
Y es que el Señor viene hoy dispuesto a ayudarte; él sólo te pide que te mantengas firme en la fe y en el amor, para él poder hacer en ti grandes cosas y así devolverte la dignidad. Pero te invita a que salgas al encuentro, que te esfuerces, que no te canses de suplicarle y si es necesario, gritarle cada vez con más fuerzas. Sé que él si te puede ayudar. Porque él se quiere acercar a ti, pero para eso tú tienes que abrirle tu corazón y estar dispuesto a recibirle. Esforzándote cada día, ya que de ti depende poner ese granito de arena. No solo depende de Dios; te toca a ti levantar el ánimo, ver otro horizonte, porque Dios te tiende las manos. Ahora te toca a ti seguirle.
El evangelio de hoy nos muestra el encuentro de Jesús con un leproso. De él no se dice nada, solo su condición. Cabe notar que, en la época de Jesús, se llamaba lepra a cualquier enfermedad o marca de la piel, como mencionaba en el contexto anteriormente. Esto, en vez de ser una enfermedad era una condición de vida. Eran marginados y excluidos, vivían fuera de la ciudad, generalmente en cuevas, y cada uno tenía que llevar una campana y gritar: “Soy leproso”, y por ende era considerado pecador. Porque él había pecado o alguien de su familia.
De rodillas, el leproso hace a Jesús una súplica humilde. Se siente sucio. No le habla de enfermedad. Solo quiere verse limpio de todo estigma. Pero éste, sabiendo o reconociendo a Jesús se acerca a él con confianza. Por eso le dice: “Si quieres puedes limpiarme”. Jesús se conmueve al ver a sus pies aquel ser humano desfigurado por la enfermedad y el abandono de todos. Aquel hombre representa la soledad y la desesperación de tantos estigmatizados. Él pone su fe en Jesús que inmediatamente siente compasión y lo toca, aun sabiendo que este era considerado impuro y excluido. A Él no le importa, él lo acepta, lo toca y lo acoge. Queda limpio y con esto cambia su vida. Ahora será reconocido ante aquellos que lo excluían, y empieza a vivir una vida integrada.
Por eso, él no calla ante la bondad de Dios, aunque Jesús le pida silencio. Lo que él ha contemplado a través del amor, lo quiere anunciar a los cuatro vientos: Esa misericordia que Dios ha tenido con él. Recuerda que Dios no sólo mira nuestros pecados, errores e impurezas. Si cumplimos los mandamientos o si vamos o no a misa. Dios te ve como su hijo y solo quiere lo mejor de ti. Acércate y deja que él moldee y transforme tu vida.
Es algo que le sale de dentro. Sabe que Dios no discrimina a nadie. No rechaza ni excomulga. No es solo de los buenos. A todos acoge y bendice. Jesús tenía la costumbre de levantarse de madrugada para orar. En cierta ocasión desvela cómo contempla el amanecer: “Dios hace salir su sol sobre buenos y malos”. Por eso a veces reclama con fuerza que cesen todas las condenas: “No juzguen y no serán juzgados”. El rasgo más original y provocativo de Jesús fue su costumbre de comer con pecadores, prostitutas y gentes indeseables.
La felicidad sólo es posible allí donde nos sentimos acogidos y aceptados. Donde falta acogida, falta vida, nuestro ser se paraliza, la creatividad se atrofia. Por eso, una sociedad cerrada es una sociedad sin futuro. Una sociedad que mata la esperanza de vida de los marginados y que finalmente se hunde a sí misma y esta es la sociedad del Corona Virus. Son muchos los factores que invitan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a vivir en círculos cerrados y exclusivistas. En una sociedad en la que crece la inseguridad, la indiferencia y la agresividad, es explicable que cada uno tratemos de asegurar «nuestra pequeña felicidad» junto a los que sentimos iguales.
Las personas que son como nosotros, que piensan y quieren lo mismo que nosotros, nos dan seguridad. En cambio, las personas que son diferentes, que piensan, sienten y quieren de manera distinta de nosotros, nos producen inseguridad. Vivimos como «a la defensiva», excluyéndonos mutuamente, cada vez más incapaces de romper distancias y adoptar una postura de amistad abierta hacia toda persona. Nos hemos acostumbrado a aceptar sólo a los más cercanos. A los demás los toleramos, o los miramos con indiferencia. Ingenuamente pensamos que, si cada uno se preocupa de asegurar su pequeña parcela de felicidad, la humanidad seguirá caminando hacia su progreso. Y no nos damos cuenta de que, en este tiempo, lo que estamos creando es marginación, aislamiento y soledad. Y en esta sociedad, va a ser cada vez más difícil ser feliz. Los creyentes deberíamos sentirnos llamados a aportar amistad abierta a los rincones marginados de nuestra sociedad. Son muchos los que necesitan una mano extendida que llegue a tocarlos.
Terminemos orando con el texto: «Acercándose un leproso. De rodilla suplicó. Compadécete de mí. Si quieres puedes limpiarme. Jesús se compadeció. Y su mano le extendió. Pero también lo tocó. Y le dijo yo si quiero. Quedó limpio de la lepra. Porque todo se quitó. Pero él limpio quedó. Cuando él lo despidió. Lo que más le aconsejó. No se lo digas a nadie. Pero que esto te conste. Preséntate al sacerdote. Por tu purificación. Ofrece lo que mandó. Moisés y te servirá. De testimonio hijo mío. Pero empezó a pregonar. Lo que Jesús había hecho. Ya Jesús no podía entrar. A ninguno de los pueblos. Tenía que quedarse fuera. O en lugar solitario. Pero así acudían. De todas partes. Amén».
O con esta oración: «Pídeme que yo te limpie. De todo lo que tú quieras. Que limpie tu cuerpo entero. Y todo tu corazón. Porque yo soy tu Señor. Con amor te limpiaré. Dentro yo me quedaré. Y no me voy a salir. Es que te quiero decir. Sígueme pidiendo más. Que tu Dios más te dará. Amén».
Fuentes: Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf y José Antonio Pagola.