Evangelio: Marcos 6,1-6
Después de pasar unos meses en Cafarnaúm y visitar las aldeas de Galilea predicando el Evangelio y sanando a los enfermos, Jesús vuelve a su aldea natal. No hace mucho veíamos como sus familiares trataron de persuadirlo de que regresara con su familia y reanudara su digno trabajo de carpintero, pero Él no hizo caso, sino que, dirigiendo la mirada a los que estaban a su alrededor escuchando su Palabra, exclamó: “¡Miren, éstos son mi madre y mis hermanos! El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Ahora regresa a Nazaret, por propia iniciativa, y no va solo, sino acompañado por un grupo de discípulos. Regresa a Nazaret para presentar a su antigua familia, su nueva familia, sus discípulos que lo han dejado todo para seguirle.
Resaltamos que, la falta de comprensión hacia Jesús de sus vecinos no se manifiesta inmediatamente después de su llegada a la aldea, sino cuando “llegó el sábado y se puso a enseñar en la sinagoga”. Hay que resaltar este hecho porque es significativo. Los problemas surgen en cuanto sale de su casa y hace pública la decisión de crear una nueva casa, una nueva familia.
Para los habitantes de Nazaret, Jesús es un enigma indescifrable, se crio, como ellos, en una familia con principios religiosos sólidos, pertenece al pueblo elegido, al que es llamado en la Biblia nada menos que 119 veces: la Casa de Israel. Ahora parece que Jesús ya no se siente cómodo en esta casa; parece que la considera demasiado estrecha y quiere abrirla a todos.
Los que crecieron con Él saben muy bien que, en Cafarnaúm, expresó su admiración por el gesto de los cuatro hombres que abrieron el techo de una casa para introducir en ella a un paralítico porque era señal de que la Casa de Israel debía ser accesible también a los excluidos. Saben que ha acogido en su casa a los pecadores y ha querido que participaran con Él en el banquete, símbolo del reino de Dios. Que ha acariciado a los leprosos y los ha hecho puros e idóneos para pertenecer a su nueva familia a condición de que permanezcan sentados a su alrededor, escuchen su Palabra y la pongan en práctica.
La puerta de la Casa de Israel ha sido abierta de par en par a todos… Este es el escándalo de la gente de Nazaret.
La serie de preguntas que se plantean son significativas. ¿Qué garantías puede ofrecer “el carpintero, el hijo de María” que, durante más de treinta años, no ha hecho otra cosa que arreglar puertas y ventanas, construir azadas y arados, y de quien conocemos a sus hermanos y hermanas? ¿De dónde le viene el mensaje que expone? ¿Quién le da la fuerza para hacer tales prodigios? El problema que más los intriga no se refiere al contenido de su enseñanza, sino al origen de esta nueva doctrina. No cuestionan la bondad de sus obras sino su origen. Se preguntan: ¿Son realizadas en nombre de Dios o, como insinuaron los escribas venidos de Jerusalén, provienen del maligno?
La actitud adoptada por los habitantes de Nazaret se repite también hoy.
Jesús se presenta de nuevo a aquellos que están convencidos de conocerlo y de pertenecer a su familia, y les lanza su propuesta. No todos la aceptan. Prefieren vivir encerrados en sus tradiciones sin abrirse a la novedad.
Jesús María Amatria, cmf.