Los publicanos y las prostitutas les llevan la delantera.
Con la parábola del padre y los dos hijos, el evangelio de Mateo (21,28-32), quiere poner de manifiesto que el Reino de Dios acontece en el ámbito de la misericordia, por eso los pecadores pueden preceder a los beatos formalistas de siempre en lo que se refiere a la salvación. Y a esos dirigentes les viene a decir que son: 1) Los que no hacen lo que Dios quiere. 2) Los que se han apoderado del poder y asesinan al que les estorba. 3) Los que no van a entrar en el banquete de Dios.
En el contexto de este evangelio Jesús conoció una sociedad estratificada, llena de barreras de separación y atravesada por complejas discriminaciones. En ella encontramos judíos que pueden entrar en el templo y paganos excluidos del culto. Personas «puras» con las que se puede tratar, y personas «impuras» a las que hay que eludir. «Prójimos» a los que se debe amar, y «no prójimos» a los que se puede abandonar. Hombres «piadosos» observantes de la ley, y «gentes malditas» que ni conocen ni cumplen lo prescrito. Personas «sanas» bendecidas por Dios, y «enfermos» malditos de Dios. Personas «justas», y hombres y mujeres «pecadores», de profesión deshonrosa.
El acento está, justamente, en aquellos que habiéndose negado primeramente a la fe, al final se dejan llenar por la gracia de Dios, aunque esto sirve para desenmascarar a los que son como el hijo que dice sí y después hace su propia voluntad, no la del padre. Los verdaderos creyentes y religiosos, aunque sean publicanos y prostitutas, son los que tienen la iniciativa en el Reino de la salvación, porque están más abiertos a la gracia.
El evangelio ha escogido dos oficios denigrados y denigrantes (recaudadores de impuestos y prostitutas); pero no olvidemos que el marco de los oyentes también es explícito: los sacerdotes y ancianos que dirigían al pueblo. Pero para Dios no cuentan los oficios, ni lo que los otros piensen; lo que cuenta es que son capaces de volver, de convertirse.
Vemos cómo Jesús sigue respondiendo a las críticas y acusaciones de los que se sienten defensores, o incluso, amos de la ley de Dios. El Señor no rehúye el debate, pero se nota que, cada vez, es más violento por una parte, y más claro y directo por parte de Jesús. Ellos son los “profesionales” de la religión: los que han dicho un gran “sí” al Dios del templo, los especialistas del culto, los guardianes de la ley. No sienten necesidad de convertirse. Por eso, cuando ha venido el profeta Juan a preparar los caminos a Dios, le han dicho “no”; y cuando ha llegado Jesús invitándolos a entrar en su reino, siguen diciendo “no”.
Llevar la delantera es tener ventaja en la carrera. ¿Qué ventaja es la que tienen “los publicanos y las prostitutas”? Simplemente, que lo saben, que lo reconocen, que pueden creer y convertirse, y llegar victoriosos a la meta. Los publicanos y las prostitutas son los “profesionales del pecado”: los que han dicho un gran “no” al Dios de la religión; los que se han colocado fuera de la ley y del culto santo. Sin embargo, su corazón se ha mantenido abierto a la conversión. Cuando ha venido Juan han creído en él; al llegar Jesús lo han acogido. “Vino Juan, enseñando el camino de la justicia, y le creyeron”. ¿Cuál es la desventaja de los hipócritas? Que se sienten justificados y no creerán en más Justicia que en la que a ellos les convenga.
Hermanos la religión no siempre conduce a hacer la voluntad del Padre. Nos podemos sentir seguros en el cumplimiento de nuestros deberes religiosos y acostumbrarnos a pensar que nosotros no necesitamos convertirnos ni cambiar. Son los alejados de la religión los que han de hacerlo. Por eso es tan peligroso sustituir la escucha del Evangelio por la piedad religiosa. Lo dijo Jesús: “No todo el que me diga “Señor”, “Señor” entrará en el reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo”. El camino de la justicia es cumplir la voluntad de Dios. Lo justo es ser fieles a Dios. Es hacer lo que Dios quiere, no diciendo “Señor, Señor”, sino con obras de amor. Que fácil resulta pensar y permitirse ensoñaciones, e incluso, decir y razonar lo que se debe hacer; pero de ahí a hacer, a ponerlo por obra, hay un paso, que la mas de las veces, no todos damos.
El teólogo K. Rahner solía decir de sí mismo que era un hombre «que esperaba llegar a ser cristiano». Cuando, en cierta ocasión, le preguntaba un entrevistador cómo podía hablar así después de más de cincuenta años dedicados a la investigación teológica, Rahner explicaba que «ser cristiano quiere decir siempre estar haciéndose cristiano». Y luego, con esa humildad propia de los sabios, le revelaba una oración que él mismo repetía y que, a su juicio, cualquier cristiano, sacerdote, obispo o incluso el mismo papa puede hacer siempre: «Dios mío, ayúdame a no contentarme con creer que soy cristiano, sino haz que llegue a serlo de verdad».
El Señor nos está enseñando que la persona se realiza y se valora cuando es capaz de actuar según lo que decide, y su decisión será siempre cumplir su deseo en la vida. Podríamos decir que una persona madura es aquella que vive según lo que decide y en esto encuentra su felicidad. Una felicidad producto del ejercicio de su propia libertad, guiado por la Palabra de un Padre, confiable, bondadoso, amoroso y sobre todo fiel a su promesa.
Toda la vida y la predicación de Jesucristo estuvo dirigida a un único fin: mostrarnos que Dios es un padre de Bondad y de Amor. No olvidemos que Dios es amor, y quien ama quiere que el amado sea feliz. Apreciados amigos que estas preguntas te ayuden a encontrarte con la esencia de nuestra fe.
¿Qué importará el credo que pronuncian nuestros labios, si vivimos sin compasión, ocupados sólo en nuestro bienestar, sin parecernos al Padre que sufre con los que sufren? ¿Qué importarán las peticiones que dirigimos a Dios para que traiga al mundo paz y justicia, si luego, apenas hacemos algo por construir una vida más digna como él quiere para todos? ¿Acaso ser cristiano significa una constante auto negación y una vida de sufrimiento?
Fuentes: Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf, José Antonio Pagola y José María Castillo.