LA TRINIDAD: EL ROSTRO DE DIOS REVELADO EN EL AMOR
Evangelio: Juan 16,12-15
Somos buscadores del Rostro de Dios, le rezamos, no me escondas tu Rostro. Pero ¿cómo es el Rostro de Dios? No basta creer en Dios. Lo importante es saber en qué Dios se cree. ¿Es una “entidad” o es “alguien”? ¿Es un padre que quiere comunicar su vida o un potentado que busca nuevos súbditos? Cuantos más somos mejor. Los musulmanes dicen: Dios es el Absoluto. Es el Creador que habita allá arriba, que gobierna desde lo alto, no desciende nunca; es juez que espera la hora de pedir cuentas. Los hebreos, por el contrario, afirman que Dios camina con su pueblo, se manifiesta dentro de la historia, busca la alianza con el hombre. Los cristianos celebramos hoy la característica específica de nuestra fe, creemos en un Dios Trinidad.
Creemos que Dios es el Padre que ha creado el universo y lo dirige con sabiduría y amor; creemos que no se ha quedado en el cielo, sino que su Hijo, imagen suya, ha venido a hacerse uno de nosotros; creemos que lleva a cumplimiento su proyecto de Amor con su fuerza, con su Espíritu.
Dependiendo del Rostro que tenemos de Dios será nuestra identidad y nuestro actuar. En el rostro de todo cristiano debe reflejarse el rostro de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Imagen visible de la Trinidad debe ser la Iglesia, que todo lo recibe de Dios y todo lo da gratuitamente, que se proyecta toda, como Jesús, hacia los hermanos y hermanas en una actitud de incondicional disponibilidad. En ella la diversidad no es eliminada en nombre de la unidad sino considerada como riqueza.
En el texto del Evangelio que nos propone la Liturgia de este domingo leemos: “Muchas cosas me quedan por decirles, pero ahora no pueden comprenderlas. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena”
Con estas palabras, Jesús no quiere decirnos que el Espíritu tendrá la tarea de completar o ampliar el mensaje, sino que lo que nos enseña es que el Espíritu nos iluminará para hacernos comprender de manera correcta lo que el Maestro nos ha enseñado. Nos cuesta entender la vida y las enseñanzas de Jesús. Nos cuesta asimilar el peso de la cruz. Los razonamientos y explicaciones humanas nunca podrán llegar a entender que el proyecto de Salvación de Dios pasa por el fracaso, la derrota, la muerte de su Hijo a manos de los impíos; es imposible entender que la vida solo se logra pasando a través de la muerte, del don gratuito de sí. Esta es la “verdad total”, muy pesada, imposible de soportar sin la ayuda del Espíritu.
En la primera lectura de este domingo, hemos considerado el proyecto del Padre en la Creación; en la segunda, se nos ha explicado que este proyecto es realizado por el Hijo, pero no sabíamos todavía que el camino que lleva a la Salvación nos resultaría no solo extraño sino incluso absurdo. Es ésta la razón por la que es necesaria la obra del Espíritu. Solo su impulso puede producir nuestra adhesión al proyecto del Padre y a la obra del Hijo.
El Espíritu les anunciará el futuro, nos dice Jesús. No se trata, como afirman algunos visionarios, de previsiones sobre el fin del mundo, sino de las implicaciones concretas del mensaje de Jesús. No basta leer lo que está escrito en el Evangelio, es necesario tener presente el contexto en el que ese escribe y el contexto en el que se lee en el mundo de hoy. El verdadero discípulo de Cristo no se engañará nunca en estas interpretaciones si siguen los impulsos del Espíritu, porque Él es el encargado de guiar hacia “la verdad plena”.
El Espíritu a su vez glorifica a Jesús porque abre las mentes y los corazones de los hombres a su Evangelio, les da fuerza para amar incluso a los enemigos, renueva las relaciones entre las personas y crea una sociedad fundada sobre la Ley del Amor. He aquí la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu: Un mundo en el que todos seamos sus hijos y vivamos felices.
Jesús María Amatria, CMF.