Según Lucas, cuando Jesús gritó “no pueden servir a Dios y al dinero”, algunos fariseos, amigos del dinero que le estaban oyendo, “se reían de él”. Jesús no se echa atrás y narra una parábola desgarradora para que, los que viven esclavos de la riqueza, abran los ojos. En pocas palabras Jesús describe una situación sangrante: Un hombre rico y un mendigo pobre que viven próximos el uno del otro, están separados por el abismo que hay entre la vida de opulencia insultante del rico y la miseria extrema del pobre.
Seguramente, la parábola del rico epulón y Lázaro nunca tuvo tanta actualidad como la que tiene en este momento. El “rico epulón” es el uno por ciento de los millonarios que cada año acumulan más riqueza. El “Lázaro” actual es el ochenta por ciento de la población mundial que no puede llegar a fin de mes. Se hace presente el pecado de omisión. Cuando hacemos algo malo, la conciencia no nos deja tranquilos. Pero cuando dejamos de hacer cosas que tendríamos que hacer, la conciencia se suele quedar tranquila. Y, sin embargo, la omisión del deber no cumplido es la causante de demasiados desastres y sufrimientos. Y por pecados de omisión se pronunciará la sentencia de perdición, en el juicio final, contra quienes no dieron de comer al hambriento, ni de beber al sediento, ni visitaron al enfermo… (Mt 25, 41-46).
Otra falta grave es la insensibilidad ante el sufrimiento. Y es capital tomar conciencia de que esa insensibilidad está causada por la buena vida, la abundancia y el derroche que disfruta el rico. Todo el que vive bien, en el derroche y el consumismo sin freno, se vuelve insensible ante el dolor ajeno, las desgracias de otros y el sufrimiento que invade a los más grandes sectores de la población dominicana.
¿Por qué se produce el pecado de omisión y la insensibilidad ante el sufrimiento? Son los efectos inevitables de la abundancia de dinero concentrado en pocas manos. Quienes poseen dinero en abundancia, por eso mismo se vuelven insensibles ante la mayoría de las situaciones de sufrimientos. Hay gente religiosa con dinero, que hasta se busca los “confesores a la medida”, que les infunden piedades y devociones, pero les dejan las conciencias tranquilas. Y es que el dinero abundante da bienestar, da seguridad y tiene un poder irresistible para responder al deseo de satisfacción inmediata.
Nuestra tierra dominicana está llena de gente pobre; ¿puedo seguir de largo en mi carro, mientras ellos pasan hambre? o ¿Puedo hacer algo por algún necesitado? ¿Puedo contribuir a que alguien consiga trabajo para vivir de una manera digna? ¿Puedo hacer algo más por mi amada dominicana?
Jesús no está denunciando solo la situación de la Galilea de los años treinta. Está tratando de sacudir la conciencia de quienes nos hemos acostumbrado a vivir satisfechos, o en la abundancia, teniendo junto a nuestro portal, a unos minutos o unas horas, a pueblos enteros viviendo y muriendo en la miseria más absoluta. O como decía Pedro Basil, en un reportaje del 20 de septiembre del periódico “Diario Libre”, con relación a nuestros prójimos más cercanos: “Los Platanitos: Ahogado en el Paraíso.
Es inhumano encerrarnos en nuestra “sociedad del bienestar” ignorando totalmente esa otra “sociedad del malestar”. Es cruel seguir alimentando esa “secreta ilusión de inocencia” que nos permite vivir con la conciencia tranquila pensando que la culpa es de todos y es de nadie.
Nuestra primera tarea es romper la indiferencia. Resistirnos a seguir disfrutando de un bienestar, vacío de compasión y misericordia. No podemos continuar aislándonos mentalmente, desplazando la miseria y el hambre que hay en nuestro bello país hacia una lejanía abstracta, para así poder vivir sin oír ningún clamor, gemido o llanto. El Evangelio nos ayuda a vivir vigilantes, sin volvernos cada vez más insensibles a los sufrimientos de los abandonados, sin perder el sentido de la responsabilidad fraterna y sin permanecer pasivos, cuando podemos actuar de diferentes maneras. Y con gestos concretos del samaritano ante quien está tirado en el camino.
Juan Andrés Hidalgo Lora, cmf, José Antonio Pagola y José María Castillo.